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Miki lleva media hora más pendiente de su compañero de trabajo que de los clientes. Se ha equivocado tres veces con el pedido, pero es que ese chico tartamudo que evita hablar todo lo que puede le preocupa.

Va a dejar un agujero en la mesa del fondo como siga limpiando con tanta energía.

Tras llegar la hora más muerta del viernes, se acerca a él, despacio, sin hacer ruido. Quizá es por eso por lo que se sobresalta cuando carraspea en su dirección.

—Hola, querido amigo y compañero. —Pestañea—. ¿Algún motivo por el que te estés ensañando con esa mesa en particular? ¿Te ha hecho daño? ¿Estás bien?

El moreno bufa y se encoge de hombros.

» ¿No quieres hablar? Bueno, eso es pan de cada día, pero me preocupas. Y al gerente más le va a preocupar saber que estás poco tiempo sirviendo y mucho limpiando inútilmente.

—¿Qué p-pasa, m-me vas a d-denunciar?

—No, claro que no. Solo quiero hablar, si a ti te apetece. ¿Ha pasado algo? ¿Tu familia? ¿La uni? Es que tampoco sé qué edad tienes, y como parece que tienes mucha disponibilidad...

—M-mi vecino t-tiene una cita esta t-tarde.

Miki alza una ceja y contempla los movimientos del otro camarero. Se obliga a seguirlo cuando entra en la barra, aunque no haya ningún cliente que atender en esos momentos.

—¿Pasa algo con eso? ¿Te... gusta?

—¿Q-qué? —Frunce el ceño, más molesto por atreverse a decirlo en alto que confuso—. No, c-claro q-que no.

—Ah, vale —dice con boca pequeña. Pero se le escapa una sonrisa—. ¿Entonces?

Agoney se encoge de hombros, mordiéndose el labio de arriba con fuerza. No le gusta hablar, menos de esto. Poner palabras a lo que le pasa es hacerlo real, mucho más real.

—N-nada, t-tendré q-que cuidar de sus hermanos.

—Ah... ¿Querías salir?

—Sí, j-justo e-eso. —Lo señala, de repente mucho más enérgico.

—Por si necesitas un consejo... —Agoney busca sus ojos con urgencia. Se permite sonreír un poco—. Mira, tío, si por lo que sea no te gusta la idea de... cuidar a sus hermanos —utiliza su código—, díselo. A lo mejor él tampoco... quiere dejarlos contigo, o prefiere que estén con otra persona... No sé si me entiendes.

—N-no c-creo q-que pueda hacerlo. —Resopla—. T-tiene q-que salir al mundo, n-no p-puedo estancarlo... sin c-cuidar a s-sus hermanos.

Miki lo escrudiña con la mirada. Ese chico tiene mucho dentro, y está claro que no tiene la autoestima para creerse que ese vecino suyo pueda quererle.

—Si no le das todas las opciones, ¿cómo podría decidir ese chico si quiere hacer una cosa o la otra?

Lo ve morderse el labio y cabecear. Parece luchar consigo mismo por una decisión. No pueden pensar mucho en ello, o conservar la conversación, pues un grupo de chicas entra a gritos, en busca de cafés, y se apresuran a atenderlas.

∞∞∞

Se ajusta los botones de la camisa, se mira al espejo de lado. No le gusta lo que ve, así que se desabrocha un par. Acaricia su pecho, sin un solo pelo, que jamás se ha afeitado. Suspira.

Las posibilidades de que salga mal van aumentando conforme pasa el tiempo. Él no tiene ni idea de lo que hacer en una cita, de cómo conseguir que sea un éxito. Él solo sabe de comida, de cuando es mejor llamar a urgencias y cuándo debería darles a sus hermanos medicina.

El chico de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora