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La semana se le está haciendo cuesta arriba entre todas las extraescolares que tienen los hermanos y que los profesores parecen haber elegido ese momento para mandar más trabajos. ¡Como si no tuviera vida, como si todo fuera la uni para él! Que ojalá poder permitirse que la universidad fuera lo único en su vida, pero por desgracia tiene demasiadas responsabilidades.

La conclusión es que lleva dos días durmiendo bastante poquito, para acabar las prácticas y trabajos, mientras no pasa casi ninguna tarde en casa, haciendo las mil tareas que tiene por ser "padre" de esa casa de locos. Por suerte, Violeta se solidariza con él de vez en cuando y, cuando ha vuelto a casa con toda la tropa, recién acabadas sus extraescolares, suele tener la cena preparada y lista para que todos se alimenten.

Pero a pesar de todo, ese ha sido su día a día durante años. ¿Por qué se queja ahora? Porque no ha sido lo peor de la semana, no.

Lo peor ocurrió el miércoles, cuando, como ya ha dicho, salía del garaje y se dirigía al ascensor con sus cuatro hermanos pequeños, tras un día agotador que empezaba a notarse en su espalda. Ese día, igual que cuando se mudó Agoney, ha podido convencerlos para que lo ayuden con la compra, que ha conseguido hacer en el hueco en el que tenía que esperarlos y no tenía sentido irse a la biblioteca.

Es Javi quien llama al ascensor mientras el resto lo sigue, cargados de bolsas y un par de cajas de leche. Esta vez al menos se han equilibrado más.

La puerta del ascensor se abre y las piernas de Raoul tiemblan. Su parte más adulta querría tapar los ojos de las más pequeñas, por inercia, pero su lado veinteañero, enamoradizo y estúpido solo consigue quitarse de la garganta el sollozo que estaba a punto de albergar.

Un tío, completamente desconocido y al que no tiene ninguna intención de conocer, tiene acorralado a Agoney contra la pared contraria del ascensor, y besa su cuello mientras se restriega contra sus partes bajas. No sabe ni cómo reaccionar. ¿Debería decir algo? ¿Subir por las escaleras?

Agoney elige por él. Entreabre los ojos, buscando a su amante, pero en su lugar, se encuentra con los ojos miel más bonitos del mundo. Junto a ellos, otros cuatro pares de ojos, algunos más oscuros, otros más similares a los de su hermano mayor, pero todos con cara de impresión.

—A-ay. —Se aleja, de un empujón.

El chico, en un primer momento, no entiende nada, pero solo tiene que girarse para descubrir el grupo de niños que no deja de mirarlo con cara de susto.

—¡No os preocupéis! —Comienza a hablar Raoul, mejillas coloradas—. Nos vamos por otro lado, no molestamos, perdón.

«Perdón tendría que pedir él, pero bueno, no me voy a meter yo ahora en su vida».

Se arrepiente de ese pensamiento poco después, porque sus hermanos, especialmente las gemelas, tienen bastante interés en lo sucedido.

—¿Es su novio?

Es la primera pregunta, la primera de muchas que no sabe contestar.

—No creo... —evade, entrando en el piso y dejando el abrigo de las pequeñas en el colgador.

—¿Cómo que no? —Arruga la frente—. Se estaban dando besitos, eso lo hacen los novios, que lo he visto en las pelis.

—Pero en las pelis no se dan besos en el cuello —razona Camila, respondiendo a su hermana—. Entonces no serán novios.

«Eso de que no hay besos en el cuello en las pelis..., depende de la peli, pero venga, sí, me sirve».

—¿Por qué se besaban ahí?

—Porque les apetecía. —La boca de Vero se vuelve a abrir, así que la corta, con un leve temblor en las manos—. Si tenéis alguna duda, creo que os va a cuidar en Halloween, así que se lo preguntáis a él.

El chico de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora