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Despierta con un regusto agridulce por la noche anterior. Por un lado, está feliz por haber pasado unas horas con los niños y haber disfrutado como uno más. Por otro, está el tema de su tartamudez. No puede hablar con ellos, ni expresarse, y a veces parece gilipollas. Son las dos caras de la moneda en su situación de ex -futuro profesor.

Para dar carpeta al día, Raoul tuvo que preguntar. Preferiría que todo el mundo se quedara callado, no se lo mencionara y simplemente aceptara que no quiere hablar. Sabe que han sido respetuosos, más que la media, pero la mínima mención a su situación lo pone mal, con los ojos picando y la ansiedad picando en su pecho.

Se incorpora sin muchas ganas. Quiere intentar hacer cosas antes de ir a trabajar a ese estúpido sitio donde es carne de buitres. Por ejemplo, ponerse serio con el máster. O ver si debería rendirse con el vecino.

El primer amago de sonrisa aparece en su rostro al comprobar que hay una nueva nota en la ventana de Raoul, así que abre la suya para fijarse bien.

«Buenos días. Primero de todo, siento muchísimo si ayer te hice sentir mal. No debería meterme en cosas tuyas, no está bien... Si no quieres hablar del tema, está bien. Espero que eso no afecte a nuestra ¿amistad? Porque me caes muy bien y creo que podríamos ser buenos amigos (si no me odias para siempre, claro). Por si te apetece que enterremos el hacha de guerra, vente a merendar hoy, que es viernes y estamos de relax. Los niños lo están deseando, y yo también :)»

Con el labio mordido para no dejar escapar una sonrisa que lo delate consigo mismo, escribe su propia nota y se aleja de la ventana, consciente de que aún tiene muchas cosas que quiere hacer en las primeras horas del día, y su vecino ya debe haber salido, pues no lo ha visto poner la nota.

∞∞∞

—No me puedo creer que tu forma de ligar sea pedirle que te haga de niñero.

—¡Él se ofreció! ¿A mí qué me cuentas?

Nerea los observa de forma alternativa, y acaba por poner los ojos en blanco.

—A ver, si a él le sirve... —intercede por el mayor.

—¡Gracias! —La señala con una mano—. ¿Ves, Aiti? No cuesta ser maja.

—Si yo soy majísima. —Se lleva una mano al pecho—. Lo único, que me he quedado flipando un poco. La gente normal, ya si eso, le dice que ayudarlo a él, no pedirle ayuda. Se va a pensar que tienes una jeta...

—¡Oye! ¡Que lo propuso él! Yo solo aproveché porque nunca he tenido a un chico guapísimo, que además resulta que es mi vecino misterioso, queriendo cuidar de los talibanes.

—No, si no ha acabado hasta los huevos, está claro que es el elegido. Cásate con él antes de que los niños le pongan un cohete en el culo.

—No harán eso. —Entrecierra los ojos—. Vamos, los mato si se les pasa por la cabeza.

—Pues ve buscando arma. —Aitana lame la cuchara, antes de dejarla en la taza—. Porque son todos muy monos hasta que cogen confianza y se les va la olla.

—Un poquito de confianza. Creo que se llevan bien, lo cual es perfecto. —Sonríe con la boca cerrada—. Es una buena manera de acercarme a él sin parecer un loco acosador.

—No es mala idea —comenta Nerea, encogiéndose de hombros—. Es mejor que seguir viéndolo follar por la ventana. Hablando de eso, ¿te vas a comprar cortinas, o piensas hablarlo con él?

Enrojece hasta la punta de los pies y el interior de los huesos.

—La verdad es que preferiría no tener nunca esa conversación con él. Gracias.

El chico de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora