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Despiertan cada uno en una punta de la gigantesca cama de Agoney. Primero lo hace el rubio, pestañeando para adaptarse y teniendo un instante de confusión hasta recordar la noche anterior.

La sonrisa que cruza su rostro al volver a reproducir en su mente todos los besos que se dieron y lo cómodo que se sintió, hace que sus mejillas duelan. Porque no solo son los besos. Es el cuidado que tuvo su vecino con él, siempre asegurándose de cada paso para que ambos estuvieran en el mismo punto en todo momento. Suelta un suspiro que hace que Agoney se gire en su dirección, con los ojos entreabiertos.

—Q-qué c-carita... —susurra, mordiéndose el interior de la mejilla—. ¿En q-qué piensas?

Ya va sintiendo cómo el calor se le sube a la cara. Carraspea y se coloca de lado, para quedar frente a su rostro.

—Al final no he durado toda la noche abrazado a ti —dice, desviando ligeramente el tema.

—C-claro q-que no, p-porque a las t-tres me p-pegaste una p-patada importante.

La cara de Raoul palidece de un segundo a otro.

—Ay, no, soy lo peor, es que yo sabía que me iba a agobiar, pero estaba tan cómodo por la noche...

—Respira, n-no dolió, solo m-me despertaste y me alejé p-para no recibir más d-daños estructurales —bromea, pero esto no quita el tono blanquecino de su tez—. R-Ra, t-todo bien, no m-más abrazos a la hora d-de d-dormir y ya.

Pone un puchero, haciendo un minuto de silencio interno por lo que va a echar de menos esa sensación. Es consciente de que es lo mejor si no quiere cargárselo con una patada en el lugar equivocado.

» Ahora... —el moreno sigue hablando, rodando hasta quedar a unos milímetros de su cara— es c-cuando d-dejas de repensarlo t-todo y me besas.

No le da tiempo a abrir la boca para... no protestar y darle la razón, porque las manos tostadas acunan sus mejillas e impiden que se aleje. Aún se miran un segundo, con el corazón acelerándose al tenerse tan cerca, antes de que el asentimiento silencioso lleve a unir sus labios. Apenas los entreabren mientras se rozan, en un beso tan dulce que casi pueden saborear el azúcar.

Mueve las manos, para no quedarse como un idiota sin hacer nada hasta posarlas en su pecho. Puede sentir su corazón latir a mil por hora, dejándolo más tranquilo al saber que no es el único.

Cuando baja las manos un poco más, a sus costados, metiendo la mano bajo el grueso pijama de invierno, además de notar el calor que emana el canario, también siente como cada músculo de su cuerpo se pone rígido.

—¿Todo bien? —susurra, viéndolo alejarse, todavía tumbado de lado.

—P-prefiero m-mantener el p-pijama en su sitio p-por el m-momento. —Tira de la prenda hacia abajo, inútilmente, pues ya no se puede tapar más piel.

Raoul aprieta los labios, buscando palabras que no lo hagan quedar como un imbécil o como que no lo entiende, aunque no lo haga.

—Ago..., no quiero entrar en algo que te pueda incomodar, pero ¿estás bien con tu cuerpo? ¿Lo haces por mí, porque no nos vamos a acostar ahora mismo o por ti?

El moreno se pasa la lengua por ambos labios antes de contestar, apartando su mirada del pequeño.

—Es una t-tontería, en realidad.

—Estoy seguro de que no lo es —asegura al instante, acunando su mejilla dentro de sus posibilidades en la postura que tienen, de lado—. Si no te apetece hablarlo, volvemos a los besos. Manos quietas, lo prometo.

—N-no, es q-que... —lo ve cerrar los ojos— ¿t-te c-conté q-que mi único n-novio me p-puso los c-cuernos?

—Puede que saliera en alguna conversación. —Entrecierra los ojos para intentar recordar—. Pero si no lo dije, vaya gilipollas.

El chico de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora