Se lleva una mano a la boca, escogiendo la uña que considera más larga para comenzar a mordérsela. Él nunca ha sido de esas costumbres. En cualquier otra situación, su madre ya le habría pegado un manotazo para que no hiciera algo tan asqueroso, pero en ese momento, ella está a unos segundos de imitarlo.
Se ha puesto guapa, más de lo que la ha visto en mucho tiempo: un jersey rosa, a juego de una bufanda rojiza y su pelo oscuro suelto. La última vez que la vio así, sin contar el juicio, fue antes de que ocurriera el accidente. Si lo piensa, el peor día de su vida la convirtió en una mujer desgraciada, aunque libre. No quiere darle muchas vueltas a eso para no sentirse fatal, pero el pensamiento está ahí.
Él, por el contrario, apenas se ha colocado los rizos en su sitio y se ha puesto un jersey de cuello vuelto para tapar un chupetón de su último amante. Segunda y última vez que va a otra casa a echar un polvo, se toman cada confianza... Por suerte, tuvo tiempo de volver a casa a pasar la complicada noche con su madre.
Recupera la consciencia de dónde se encuentra cuando una mano roza la suya y se la aparta de la boca. Coge todo el aire que puede y lo retiene en su pecho al descubrir a Raoul a su lado, con una pequeña sonrisa de arrepentimiento. No ha escuchado los pasos por el parqué de los pasillos de los juzgados.
—Pensaba que no llegaría. —Baja la mano y aprieta su muslo, provocando que suelte todo el aire acumulado—. ¿Cómo te ves?
—C-con ga-ganas de salir c-corriendo, no t-te m-mentiré. —Esboza una mueca.
—Estoy aquí ahora —susurra—. Buenos días, Linda.
—Buenos días, cielo. —Pestañea la mujer. Ella también estaba en su propio mundo.
Sus ojos siguen el camino de sus cuerpos hasta las manos entrelazadas sobre el muslo de su hijo. Alza una ceja, con la pregunta implícita, pero el moreno se encoge y aparta la mirada.
—¿Q-qué tal Violeta?
—Agh —farfulla, cruzándose de brazos—. La próxima vez que te vea, tiene que disculparse o la mato.
—N-no te p-preocupes. N-no es lo p-peor q-que me echaron e-encima.
—Vale, pero que sepas la caja de Ibuprofeno ha desaparecido de forma totalmente misteriosa y se tiró el Día de todos los Santos con una resaca de tres pares de cojones.
Se lleva un punto porque le ha hecho sonreír, dentro de la ansiedad por lo que está a punto de pasar. Aunque puede que no haya hecho desaparecer una caja de pastillas solo por vengar el vómito en los zapatos de su vecino. Ni olvida ni perdona lo que interrumpió.
Aún pasa un rato hasta que sale el auxiliar a llamarlos. Primero pasa Agoney, pues es quien puso la denuncia.
—¿No puedo pasar? —Da un paso hacia la puerta.
—Lo siento, es a puerta cerrada, uno a uno. —Y se la cierra en la cara.
Se muerde el interior de la mejilla mientras vuelve a su sitio. Linda lo mira con un cariño que suele reservar a pocas personas.
—¿Sabes que no habló en el otro juicio? Como todavía estaba viendo un montón de psicólogos por el trauma, le permitieron escribirlo todo. No sé qué le has hecho para que no se lleve la pizarra, pero no pares nunca.
—Yo no hice nada, más que decirle que no me incomodaba en absoluto. —Se encoge de hombros—. No fue nada especial.
—Créeme, eso puede ser suficiente. —Le sonríe con dulzura—. Solo puedo darte las gracias, porque está claro que eres el principal cambio.
—No creo que sea yo solo... Se lleva muy bien con mis hermanos, creo que se siente más cómodo con ellos que con la mayoría de los seres humanos.
—Eso sí me lo creo —musita—. A estas alturas, con el master acabado, ya sería profesor de conservatorio, que lo conocían y sé que le estaban guardando un puesto en las clases de iniciación para chavales de seis o menos. Ese es su sitio, entre música y niños.
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El chico de la ventana
Fanfiction3ºA Ante la permanente ausencia de unos padres que no consideran haber tenido la suficiente diversión en su juventud, Raoul vive junto a sus cinco hermanos y hace de padre, madre, estudiante universitario y, a ratos, amigo de todos. Pero estar rodea...