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Las reacciones son diversas, tantas como hijos hay en la sala.

Camila es la primera en hacerlo, al haber gritado ella "¡papá!" con una emoción desbordante. Aun así, no es la primera en moverse, esta es su gemela, que corre a toda velocidad. Su padre consigue pillarla y alzarla en el aire.

—¡Pero bueno, pequeñaja! ¡Si estás súper mayor!

La rubia ríe ante sus cosquillas, mientras Camila avanza hacia él, buscando el mismo cariño. Agoney, bastante incómodo, busca con la mirada de Raoul, que parece haber perdido toda la confianza que suele irradiar cuando se trata de su familia.

Martín también ha avanzado hacia su padre, no así Javi. Supone que tiene sentido que sean los pequeños quienes estén más emocionados: eran demasiado pequeños cuando empezaron los abandonos por marcharse de viaje, no los sufrieron como el adolescente Raoul o un Javi de seis años.

—¡Papá, papá, tienes que ver lo que ha hecho Javi, ha sido la hostia! Ago nos ha ayudado mucho y ha conseguido que vuele, ha sido súper guay. —Martín tira de él, que se niega a soltar a las gemelas.

—Bueno, bueno, a ver, sin prisas, ¿eh?, que os noto alterados. —Suelta una carcajada—. ¿Cómo habéis estado, bichos?

—Muy bien, papi. ¿Qué tal el viaje? —Vero tira de su manga—. ¿Nos has traído algo?

—Uy, mil cosas, ahora veréis, que está vuestra madre subiendo con las maletas y algo de compra. —Su mirada vaga por la sala hasta clavarse en el único de sus hijos que superará el metro setenta—. ¡Javier! ¡Buenas tardes, hijo! ¿No vienes a saludarme?

—Estábamos en medio de algo —farfulla.

Solo entonces, su padre repara en el cohete que hay montado encima de la mesa del café, el desorden a su alrededor. Recuerda la emoción cuando entró y asiente despacio. Deja un beso en la mejilla de Camila.

—Veo que sigues con la robótica. ¿Qué tal, ha funcionado bien?

—Sí, pero porque Ago me ha ayudado mucho. —Se le ve tan tenso que podría desaparecer en cualquier momento.

—Ago —pronuncia, recorriendo la sala con la mirada hasta descubrir unos ojos oscuros, demasiado para ser herencia suya—, ¿y tú eres?

—Bueno —reacciona Raoul, que hasta unos segundos atrás estaba rezumando rabia en silencio—, él tiene que irse, que bastante tiene con los niños, no vamos a...

—Pero ¿no me lo vas a presentar?

Agoney busca su mirada. Está claro que Raoul no tiene demasiadas ganas de eso, pero el padre está insistiendo y no quiere que nada se vuelva más incómodo. De todas formas, él sigue con la lengua mordida cuando asiente, dándole permiso.

—Este es Agoney —dice, contra su voluntad—. Ago, él es mi padre, como habrás notado por la emoción generalizada cuando ha llegado.

—Encantado. —Se acerca para estrechar su mano. Con cuidado, se la da y aprieta lo justo, asintiendo—. ¿Qué eres, el novio de mi hijo?

Sus ojos se abren con fuerza. Si se sonroja, nadie más lo nota. Por suerte, está Raoul para balbucear por él.

—¿Qué dices? Es mi amigo —se detiene, para acabar aclarando— y nuestro vecino. ¿Recuerdas que la última vez que estuviste te comenté que se habían mudado al otro piso de nuestra planta?

—Ah, puede ser. —Lo escrudiña con más cuidado que antes—. Pues encantado. Parece que tienes mucha confianza con todos mis hijos.

A Raoul se le sube la bilis a la garganta. Se le pasan por la cabeza muchísimas formas de devolverle el golpe, desde un «porque él está, no como tú» hasta un «es lo que pasa cuando pasas tiempo con los tuyos». Sabe que Agoney no hablará tampoco, no con alguien desconocido y sin necesitarlo. Bastante confianza tiene con su familia como para asustarlo con esa parte de ella.

El chico de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora