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—Te voy a dejar aquí mis números y todas mis redes sociales. También las del hotel en el que nos vamos a alojar y del lugar del Congreso. Hay mil maneras de localizarnos, si pasara cualquier cosa...

—Susana, respira. —Linda la tranquiliza con una de sus miradas.

La mujer rubia esboza un suspiro, rascándose la nuca. A un lado, en el sofá, siendo invisible, Agoney es testigo de la conversación entre las dos mujeres.

» Escucha, Raoul lleva años valiéndoselas él solo con los críos.

—Lo sé. —Exhala un suspiro—. Pero me preocupa después de lo que hablamos. Le hemos metido mucha presión durante muchos años con que se encargue de todo, así que si tiene a una adulta más mayor cerca...

—Estaré pendiente. De todas maneras, Raoul se viene todas las noches a dormir a nuestro piso, que lo hagan al revés y duerman en el suyo y todo solucionado. Estaremos todos atentos con los peques.

El moreno se atraganta con su propia saliva, colorado como un tomate.

—Gracias. —Un nuevo suspiro y la mirada castaña se posa sobre él—. Ago, tú..., también me gustaría que estuvieras atento, si no es mucha molestia.

Se calla por falta de palabras buenas. Su madre tiene razón. Durante años, han prácticamente forzado a Raoul a cuidar y educar a unos cuantos niños, cada cual más desastre que el anterior, sin preocuparse lo más mínimo. Le parece hasta hipócrita que ahora decida hacerse la buena madre.

Por lo que sabe, se han ido hasta a Corea del Sur sin avisar a su hijo hasta que el avión no aterrizó, no tienen ningún derecho a tratarlo como si fuera un crío justo ahora.

Pero no saca de su mente ninguno de sus pensamientos, es lo mejor.

—S-seguro. —Le dedica una sonrisa estirada y poco creíble.

Por suerte, Susana no lo conoce demasiado, así que asiente, con ese aire preocupado. Es como si justo ahora hubiera decidido ser una buena madre y sintiera esa preocupación por cosas que antes hacía sin ningún tipo de remordimiento. La conversación con Raoul tuvo que ser intensa.

La mujer no tarda mucho en desaparecer tras la puerta de entrada del 3ºB. Aún pasan algunos minutos en completo silencio, uno que no resulta incómodo. Su madre y él llevan demasiado en esa rutina en la que ninguno echa nada en cara al contrario, pero están bien con eso.

Por supuesto, Linda no dura mucho en ese silencio que Agoney considera agradable.

—Bueno... —Estira los brazos para apoyarse en el sofá donde descansa su hijo—. ¿Me explicas tu actitud con la vecina? —El moreno se encoge de hombros, adoptando una mirada seria—. También podemos llamarla tu suegra, porque sois prácticamente familia. ¿Qué te pasó, Ago? Tú sueles tener más educación que eso.

—M-mamá. —Coge mucho aire por la nariz al interrumpirla—. Esa m-mujer y su m-marido p-pasaron los últimos a-años de v-viaje en v-viaje, d-dejando t-todo el p-peso d-de la educación d-de sus hijos en el m-mayor. N-no les importó q-que es un c-crío aún, hasta ahora. Y ahora t-tenemos q-que p-preocuparnos t-todos p-porque ella d-de repente t-tiene remordimientos.

Linda suspira, con cara de circunstancias. Tras preguntar con la mirada, toma asiento a su lado. Cambia la postura de su cuerpo hasta tres veces, dejándolo finalmente con una pierna sobre la otra, cruzándose tanto de brazos como de piernas. Lo observa, estática, hasta que Agoney decide alejarse. Es entonces cuando la mujer agarra sus manos y las mete entre las suyas.

—Lo primero que tienes que saber es que los padres no somos perfectos, cariño. En realidad, normalmente vamos poco a poco, aprendiendo con el método prueba-error.

El chico de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora