CAPITULO 3

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La magia me consumía. Era una drogada que nunca me dejaba en paz. Era la tormenta que llenaba mi pecho. Era el fuego que si no lo dejaba salir, podía quemarme y destruirme en un segundo.

Había veces donde no podía controlarla, dónde simplemente explotaba. Hacia mucho que sucedió eso, y salieron heridas personas, animales, reyes y brujos, y de igual manera no sabía el monto total de personas muertas o lastimadas.

Lágrimas brotaron de mis ojos mientras la magia del Rey del invierno, Ascian, me asfixiaba lenta y torturosamente.

— Podemos estar todo el día así y no me cansaría. Así que hazte el favor y ríndete. — ordenó con la voz entrecortada junto con un gruñido salvaje.

A él también le faltaba poco para que el aire le faltará y se desmayará.

Nos retamos con la mirada, cada uno con el mentón en alto y sin ningún tipo de pudor o miedo.

La tensión se sentía en el aire mientras que mis párpados se volvían de repente más pesados.

— Jamás me rendiré ante un Rey, — musité con la garganta seca — Cómo tampoco por un hombre necio y estúpido como usted.

Una sonrisa se formó en mis labios al ver su mandíbula tensa.

— Mátame. — le guiñe un ojo — Hazlo, mátame. Desde aquí puedo sentir el interés que tienes por mi propuesta.

— Maldita perra... — escupió con la cara roja y sudada.

La magia de Ascian se detuvo y poco a poco se fue alejando.

Caí al suelo tosiendo buscando un poco de alivio mientras apagaba mi hechizo para que Ascian pudiera respirar también. Por muy mala suerte que tenga, necesitabas al Rey vivo, porqué muerto, mi plan se iría a la mierda.

Casi te mato, — mascullé — hablarme de esa manera simplemente acorta el tiempo de tu vida en este pequeño y gran mundo.

Sonrió de lado.

— Te mataré antes de que intentes hacerme algo — se levantó del suelo mientras quitaba con elegancia una pelusa de su abrigo — Misericordia es lo último que tendré contigo, princesa.

Sentí un tic en mi mandíbula al apretar los dientes.

— Sos Rey, ¿No ? — dije poniéndome de pie también — Y tienes magia. Eso te convierte en un brujo. No puedes matarme aunque quisieras, eso desataría una guerra entre todos los reinos y tú pueblo se pondría en contra tuya.

Levantó una ceja.

— Yo no soy un simple Brujo, Hela, — rodó los ojos — Mi magia no es limitada como la tuya, es por eso que soy un Rey. ¿ Es que acaso tú madre no te ha enseñado el árbol genealógico de los Reyes?

— ¿Quererla matar no te da una pista? — pregunté con sarcasmo.

Me miró unos segundos, estudiandome, porque eso es lo que oí que siempre hacia el Rey Ascian, analizar a las personas, observarlas, para luego quitarles información valiosa que en algún momento le servirá a él. Para al final manipular todo a su beneficio.

No necesitaba la ayuda de nadie para saber con quién me metía. Pues en mi pueblo, todos hablan y los chismes llegan tan rápido como el latido de nuestros corazones.

— Soy un Fae, Princesa — explicó luego de un momento — Cómo toda mi familia de años y años, siglos y siglos, atrás.

Era de los últimos en su especie. Pestañeé sorprendida.

Había leído un poco de ellos en el pasado. Según el libro de la biblioteca más vieja del reino, esa raza estaba casi extinta. La guerra había hecho que las pobres criaturas murieran poco a poco, uno a uno, habían tan pocos que se podrían contar con los dedos de las manos y luego vino esa noche...

Los Faes tiempo atrás eran temidos por sus habilidades con la magia y entrenamientos.

Por sus tradiciones.

Y también por sus torturas.

Toda mi vida había creído que este reino estaba muerto luego de aquella noche que mi magia se desató, desde entonces nadie sabía de la existencia de los Faes, tanto qué, la gente empezó a creer que ya no había un reino como tal.

— ¿ Hay más? — indagué curiosa y temerosa por la respuesta — Cómo tú ¿ Hay más ?

Soltó una risa por lo bajó.

— Por supuesto que si — me miró con extrañeza — Fue difícil pero en esos años que estuve oculto me encargué de que mi reino creciera y los faes no sean extinguidos.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo.

Había un cuento que me contaba de jóven mi madre todas las noches , y era sobre hadas salvajes que cazaban a brujos para quemarlos vivos.

Según ella las hadas querían reinar el mundo y acabar con cualquier vida que no sean las suyas.

Según ella, si yo me encontraba con un hada debía correr lejos, y si era posible cambiarme de vida, ya que sino, siempre te encontraban estás criaturas, por más que pasen años, siempre te encontraban.

Esas fueron exactamente sus palabras.

Tragué grueso saliva y dí un paso atrás.

Mi magia bailó en mi interior cuando miré a Ascian en los ojos.

— Ahora que me tienes aquí, ya no me soltarás ¿ no es así ?

Dió un paso hacia mi, y yo dí otro atrás.

Volvíamos a jugar ese maldito juego.

— Estás en lo correcto. — dijo, mirándome fijamente.

— ¿Aceptarás mi propuesta? — frunció un poco el ceño — ¿Me ayudarás a matar a mi madre?

Apartó la mirada entonces.

— Déjame entender esto, — susurró — ¿quieres que te ayude a matar a la reina de otoño, que es tú madre, para que puedas por fin tomar el trono que tanto esperas?

— Quiero que me ayudes a matarla, por el simple motivo que deseo verla bajo tierra. Lo demás no me importa y si fuese lo contrario no es de tu interés.

Soltó un bufido.

— En síntesis quieres la corona.

Me encogí de hombros.

— La corona en mi cabeza se vería mucho mejor, — sonreí — No voy a mentir en eso y  en que yo luciría hermosa en el trono de oro.

Se quedó en silencio, aún sin mirarme.

Daba vueltas por la habitación como un animal enjaulado apunto de tener un ataque de ira.

Pero luego me miró. El fuego se reflejaba en sus pupilas y tuve que parpadear para no perderme en ellos.

— Solo si hay un trato en medio. — propuso con malicia.

No era una bruja de temer, así que ni pensé demasiado al aceptar, pero lo que yo no sabía era que... Estaba aceptando un trato con el mismísimo diablo.

— De acuerdo — acepté, enderezando mi espalda y levantando la barbilla — Pero yo también tengo mis condiciones.

Asintió con la cabeza levemente.

— Eso pensé, Hela Wac...

El Secreto De Las BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora