CAPITULO 12

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Aún recuerdo la melodía que siempre sonaba en mi cabeza cuando estaba oculta en las profundidades del reino de mi madre.

Suave... Era suave y pacífica.

Aparecía cuando estaba apunto de estallar y era la única manera de tranquilizar mis emociones. No sabía de dónde provenía, incluso hubo un momento donde creía que era producto de mi imaginación. De todas formas, eso no era importante, con tal de que sonará cuando necesitará ya era algo necesario en mi vida.

La primera vez que sonó fue el segundo día de mi encierro, me encontraba sola, enojada, triste y avergonzada, entonces apareció. Eran como las melodías de un piano, uno donde su única intención era transportarme a otro universo.

A otra realidad.

En una vida donde la mía era perfecta y mis sueños se cumplían.

En una dónde aún continuaba siendo yo, inocente, débil, perfecta.

Cristina era la única persona que podía ayudarme a rozar esa vida con los dedos sin la necesidad de oír las melodías cuando me sentaba en su sillón viejo descolorido y conversábamos sobre temas tontos, cotilleos, informaciones del reino u otra cosa.

Pero ella ya no estaba ahí para ayudarme. Había perdido una parte mía cuando ella murió. Una que nunca fuí capaz de recuperar.

Pasó algunos días desde que llegué al castillo trayendo información valiosa pero no fuí capaz de levantarme y comenzar desde cero.

En cambio me quedé sentada en el mismo lugar, sin abrir la puerta de mi habitación, sin comer ni beber. Mi apetito desapareció y junto con él se fue mis ganas de continuar. La única vez que me puse de pie fue para darme una rápida ducha y quitarme toda la sangre de los soldados que maté.

Ascian fue respetuoso en todo momento. A pesar de que con un solo chasquido podía lanzar la puerta a los aires, tuvo paciencia y esperó.

Esperó hasta ese día.

Oí el sonido de sus zapatos golpear el mármol con cada pisada perezosa y en como se detuvo enfrente de mi alcoba.

Oí el sonido de sus respiraciones, y en como lentamente deslizaba su cuerpo por la puerta hasta quedarse sentado, recostado por la madera.

Escuché todo y a la vez nada.

— Les dí un día de descanso a las sirvientas  y a un par de guardias...  — dijo entonces Ascian — Puedes salir, Hela.

Tragando saliva me mantuve callada, esperando que se fuera y me dejará a solas con mis pensamientos unos días más.

— Sé que estás despierta , bruja — suspiró — los latidos de tu corazón te delatan cómo también el de tu respiración. Sal afuera y déjame mostrarte algo.

— Déjame en paz — mascullé.

Una risa sonó desde su lado.

— Sabía que estabas despierta...  Vamos, ábreme la puerta.

— No.

— Hazlo — golpeó sus nudillos contra la madera — No me obligues a derribar la maldita cosa.

Duró poco su amabilidad y compasión pero al menos lo intentó.

Con cuidado me levanté y caminé hasta el picaportes para luego abrir la puerta. Ascian me esperaba de pie, con un abrigo y par de botas. Levanté una ceja.

— No pienso salir de aquí hasta mañana...

A él no le importó mi petición como era de esperarse.

El Secreto De Las BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora