Cap. 8.- Pérdida

9 2 0
                                    

Shen Yang agitó una mano frente a Shi ZiYuan, que miraba a la nada con gesto distraído. La chica parpadeó y miró a su amigo, confundida.

— ¿Qué?— dijo.

— No sé, tú dime— replicó Shen Yang—. Llevas cerca de media hora mirando a la nada. Ni siquiera has comido.

Shi ZiYuan miró abajo, notando su plato de comida intacto y resopló tomando sus palillos para empezar a comer.

— Se supone que mis padres vuelven hoy— dijo tomando un trozo de carne—. Y sigo sin tener noticias de ellos. 

— Recuerda que hace una semana hubo una tormenta— dijo Shen Yang—. Si te enviaron alguna carta, a lo mejor se perdió.

— Eso es lo que me preocupa.

Ella sabía el origen de esa tormenta, su padre se lo había dicho: una calamidad celestial que duraría siete días. Como era Shi WuDu el que tenía enfrentar la calamidad, se había ido para meditar y cultivar el suficiente poder espiritual para enfrentarla, y como iban a a necesitar a alguien que llevará todo a cabo en el cielo, Ling Wen también tuvo que irse. Habían pasado varios meses desde su partida y la muchacha no podía evitar tener el presentimiento de que algo andaba mal. Sentía una opresión en el pecho muy molesta y no podía concentrarse en nada, por lo que Murong Mao la mandó a meditar para calmar su espíritu.

Pero, sin importar cuánto lo intentara, no podía calmar su espíritu.

Aún seguía en conflicto con la confesión de los crímenes de sus padres. ¿De verdad era posible que nadie supiera lo que habían hecho? ¿Cómo podían seguir en el cielo sin recibir castigo por sus acciones? ¿Cómo podía ella seguir adelante con ese conocimiento sobre sus hombros? Eran muchas preguntas y no tenía ninguna respuesta… y a pesar de todo, lo que ellos habían hecho no había borrado el amor que les tenía. ZiYuan realmente amaba a sus padres, y sin importar lo que hubieran hecho los quería a su lado, pero no iba a seguir el mismo camino que ellos. Sin importar cuál fuera su destino, iba a enfrentarlo honestamente y sin trucos. 

Y tal vez, podría lograr el perdón para sus padres. 

De repente pensó que tal vez, solo tal vez, lo estaba sobrepensando todo. Después de todo, toda esa gente ya no existía, era probable que ya hubieran reencarnado y, por ende, no recordarían nada de lo que vivieron antes. Los habitantes del reino de XuLi jamás recordarían que perecieron en la caída de su nación, y aquella familia afectada por la maldición de su tío habría renacido nuevamente y volverían a estar juntos. ¿Por qué debería preocuparse por eso?

Shi ZiYuan sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos. Definitivamente estaba mal pensar en cosas que ya no podía corregir.

Esa noche, cuando fue a dormir, tuvo un sueño extraño. Se encontraba en una habitación luminosa, llena de estantes repletos de libros, y se había acercado a curiosear uno de éstos cuando una mujer se acercó a ella.

— ¿Mamá?

Ling Wen, con el rostro desencajado y ojos llorosos, abrazó a su hija con fuerza, como si fuera la última vez que fuera a hacerlo. De hecho, sería la última vez que iba a hacerlo. 

— Tu padre ha muerto— dijo.

La noticia cayó como un golpe para ZiYuan, que tragó saliva y sintió las lágrimas acumularse en sus ojos. 

— ¿Qué?— pudo finalmente decir con voz ronca.

Ling Wen se separó de ella, acariciando una de sus mejillas con ternura.

— Escucha, no tengo mucho tiempo ahora— dijo—. Es probable que el hombre que mató a tu padre sepa de tí, así que no podré bajar a verte. 

— Pero mamá…

— Mamá tendrá que quedarse en el cielo, hija, por tu bien. Para que estés a salvo. Eres fuerte, podrás ascender. Tu padre estaba seguro de eso y yo también.

Shi ZiYuan abrazó a Ling Wen, sollozando al fin, y ambas permanecieron así por unos minutos.

— Tengo que volver— dijo Ling Wen, pero no soltó a su hija hasta que la joven lo hizo primero.

— Te veré arriba, mamá— dijo ZiYuan.

El sueño terminó abruptamente. Shi ZiYuan escuchó golpes en la puerta de su casa y al abrir se encontró con un agitado Shen Yang, que solo le dijo:

— Tienes que venir.

A pesar de que ella sabía que le iban a decir, siguió a su amigo hasta la entrada de la secta donde había varias personas reunidas y un guardia imperial cuya mirada se enfocó en ella. 

— Lamento decirle esto, señorita— dijo el hombre—. Sus padres murieron ahogados.

La princesa de las aguasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora