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Te encuentras bien, papá? —Preguntó Vegeta mientras le dejaba la comida encima de una mesa plegable pequeña.

El hombre se sentó pesado en la cama y asintió. Se sentía mareado, pero no quería preocupar más a su hijo.

—Sí, estoy bien —sonrió y, al ver la comida, se puso un poco más contento.

Vegeta ya había terminado de recoger el salón, de secar el agua que encharcaba los suelos de parqué y de llamar al doctor para que acudiese lo antes posible a la casa.

—No me estarás mintiendo, ¿verdad? —Se sentó en la orilla de la cama.

El barbudo negó.

—Te lo prometo.

—Vale, te creo —dijo Vegeta viéndole comer—. Hoy y mañana me quedaré contigo, ya he dicho que no podré ir a trabajar.

—Oh, por Jesucristo, Vegeta. No era necesario que faltases por esto. De verdad, estoy bien.

—No puedo dejarte aquí solo, papá. Podría pasar lo mismo de nuevo y en tu estado muy poco puedes defenderte.

El barbudo hundió la cuchara dentro de la sopa de calabaza y la removió para que se enfriase, rodó los ojos y negó con la cabeza.

—Hijo, no me pasará nada. Es más, ya he llamado a mi guardaespaldas para que me vigilase y ayudase —sorbió un poco de la cuchara—. Para eso le pago, ¿recuerdas?

—De igual manera me quedaré contigo —apoyó sus manos en la orilla de la cama y contempló a su padre degustar la sopa en silencio.

Al cabo de unos diez minutos, aproximadamente, el timbre del hogar sonó alertando al peli-flama joven. Se levantó, con la bandeja en mano, y salió del cuarto. Bajando las escaleras y dejando el plato encima de un mueble que había en el recibidor de color blanco roto, se acercó a la puerta y la abrió, pudiendo ver a un hombre de traje negro y corbata ancha del mismo color acompañado de un doctor envejecido y experimentado.

No tenía cabello en su cabeza y una gran barba blanca adornaba su hocico. Le conocía de algo, pero mínimamente debido a que sus recuerdos todavía eran algo difusos.

—Buenas tardes —dijo el hombre con una sonrisa bajo su grueso bigote—. ¿Ha sido usted el que me ha llamado?

—Sí, he sido yo —dijo Vegeta con la mano todavía en la puerta—. Usted ha de ser el doctor, ¿no es así?

—En efecto —tenía sus manos detrás de la espalda—. ¿Puedo pasar?

—Claro, pase —accedió el moreno dejándole espacio para ello.

—¿Dónde está el paciente?

—Arriba, subiendo las escaleras a mano izquierda.

—Bien, muchas gracias, joven —agradeció el de barba blanca y a su ritmo llegó a la planta de arriba.

Vegeta agarró la bandeja y fue a la cocina, donde dejó el plato y la cuchara dentro del fregadero. Agarró la esponja y la mojó con agua para luego echar lavavajillas en la parte más rasposa. Comenzó a frotarla contra el plato hondo de color blanco con mosaicos laterales de color beige y café, limpiando así la suciedad que había dejado los restos de sopa fría.

En su subconsciente se proyectó la imagen de Goku y la manera en la que le sujetó la mejilla, mordiéndose el labio al sentir el cálido roce sobre ella. Su piel se erizó bajo sus atuendos y una sonrisa tímida se dibujó en su rostro, arrugando tal que así el final de sus ojos. Un cosquilleo entre sus piernas nacía paulatinamente al imaginar aquellas fuertes manos sobre sus caderas y sus finos labios encima de su cuello mientras lo besaba y mordisqueaba. Estaba caliente, y no era porque del grifo saliese agua tórrida.

Your Madness: Delirium [Kakavege Fanfic] #2 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora