12. El placer de un beso.

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Una semana más tarde, las cosas en el palacio estaban bien. El omega había vuelto a sus cosas de antes, el estar siempre encerrado en una habitación leyendo un libro o en la oficina del rey. Cada uno se ocupaba de sus deberes, corríamos cotidianos.

El rey le ordenó a Simón que preparara todo para salir ese día hacia el lugar especial que había estado esperando por ellos desde hace días. Que entrara todo lo necesario en una canasta, tanto cómoda como cobijas por si la noche los atrapaba. Ese sitio era hermoso, nadie tenía permitido ir allí, estaba muy bien cuidado. Aunque tenía meses o tal vez un año desde la última vez que visitó ese sitio, todo se debía a que no había encontrado el momento adecuado para ir.

El omega estaba cerca de la ventana, leyendo un nuevo libro. No entendía cómo alguien podía estar durante horas sin aburrirse y leyendo esa clase de libros. Descubrió de este omega, que podía leer y hablar en algunos idiomas, todo a que un sirviente se encargó de enseñarle... uno de sus informantes en el norte, al menos tuvo la oportunidad de aprender un poco, aunque se me dificulta mucho leer.

— Es momento de que nos vayamos —el rey se puso de pie, caminando hacia donde estaba en omega—. Nos espera un camino algo largo e incómodo.

— ¿Hacia dónde vamos? —tomó la mano que este le estaba tendiendo—. ¿No tiene que hacer cosas el día de hoy?

— No, ya las terminé —el rey entrelazó sus dedos—. Nadie sabe que saldremos del palacio, por lo que te pido que trates de mantener la discreción y de hacer ruido a menos que te diga que hables conmigo.

— ¿Es malo el lugar al que vamos?

— No — soltó su mano, cuando salieron de ahí —Iremos a mis aposentos, debo de mostrarte algo.

— ¿Estaremos ahí los dos? ¿Solos? —preguntó el omega, incrédulo—. No creo que sea bueno el que yo entré contigo a ese sitio, ¿Y si alguien nos ve?

— No me importa si alguien nos ve —se cruzó de brazos, mientras cambiaban—. Soy el dueño del lugar y ellos no pueden hacer absolutamente nada para que yo deje...

— Ya entendí —lo interrumpió, sin sonar brusco—. Eres el rey de todo esto, me quedó claro —soltó una risita—. Me gustaría que en algún momento el rey me mostrara algo que siempre he tenido una duda.

— ¿Qué cosa?

— Algún retrato de tus padres —el omega rodeó el brazo de Varick con los suyos—. Todos aquí dicen que eran personas amables, por lo que tengo mucha curiosidad en saber cómo eran ellos...

— Después te mostraré todo sobre ellos, por el momento deseo que pasemos un día olvidando todo lo que te ha pasado desde que llegaste al palacio.

— Es algo difícil de olvidar, mi señor —murmuró, de manera intencional—, pero haré el intento de olvidarme de todo por el resto del día porque usted me lo pide — le sonrió — ¿Por qué saldremos del palacio?

— Porque el lugar al cual te llevaré es algo alejados de todos y yo deseo que pasemos un momento cálido entre ambos —subieron las escaleras—. Ya está todo arreglado, es un sitio oculto en el castillo y hecho por mi madre hace muchos años.

— Vaya, esto es algo que me ha sorprendido.

La habitación del rey era la más grande de todo el castillo, parecía hecha con mucha cautela y delicadeza. Asombrado, por tantas maravillas de ese sitio. Las cortinas hacen juego con las sábanas y algunos muebles. El rey no le dio tiempo de ver bien la habitación, porque tomó una canasta y le dio otra para que la llevara. Lo siguió hasta donde estaba el armario y este quitó muchas prendas, hasta que una puerta llegó a su campo de visión, dándole la idea de que se trataba de un pasadizo.

La conquista del Rey (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora