7. Las mentiras son un pecado, mi señor

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Dos meses, ese era el tiempo en el cual Johann estaba como invitado en ese enorme castillo. Las cosas estaban más o menos en ese lugar, no había podido ver a menudo al alfa, pero cuando lo hacían era un tiempo muy valioso para él.

Cada vez que estaba con el alfa, algo dentro de su cuerpo se movía haciéndole cosquillas y no podía estar más de acuerdo en que su corazón ya había encontrado a esa persona que le llenara de mucho amor y devoción.

Ese día, estaba sentado debajo de uno de los árboles del jardín trasero. Hace unos días, había decidido salir de la casa para poder disfrutar de los días soleados y con un buen libro.

Antes de sacar los libros, tuvo que pedirle permiso al rey para que no le dijera nada por haber sacado sus libros sin su permiso de la biblioteca. Este solo le dijo que como ya no usaba los libros, él podía usarlos sin ningún problema si quería.

— Hola —una flor apareció cerca de su rostro—. Sé que hay muchas flores como estás, pero el rey quiso darte algo bonito, así como tú.

— Gracias —tomó la flor que Varick le estaba pasando—. Un gesto muy bonito de su parte, mi señor.

— Por ti puedo hacer muchas cosas —el alfa se sentó a su lado—. ¿No te cansas de estar leyendo todo el día?

— No, me gusta mucho la lectura —Johann olió la flor—. ¿Por qué me has dado esta flor?

— Porque quise hacerlo —Varick se encogió de hombros—. Sobre todo, eres una cosita que merece muchos regalos. Debido a que, decidió salir de su habitación a tomar sol.

— ¿Prefiere que mi color de piel esté así?

— De cualquier color de piel estás bien —delineó su brazo—. No obstante, me gusta que salgas de tu habitación hacia el jardín... me alegra el saber que no te sientes como un prisionero en las cuatro paredes...

— Entendí el punto —rio—. Me gustaría estar aquí, sin embargo, me temo que no soy del todo bienvenido.

— ¿Por qué lo dices?

— Alguno de los sirvientes me han mirado como si fuera un objeto —el omega cerró el libro—. Tampoco quiero incomodar a las personas que viven bajo el mismo techo del rey.

— No incómodas —entrelazó sus dedos—. A mí no me incomodas para nada, por algo te traje bajo mi techo —lo miró directamente a los ojos—. Me gusta estar contigo, los minutos que pasamos conversando todos los días, me alegra de maneras que no te imaginas.

— Yo...

— No tienes que decir nada, Johann —el alfa quitó el libro de sus piernas—. Me gustaría estar a tu lado siempre... si tú me lo permites.

—Sí... siempre quédate conmigo —las feromonas que Varick estaba dejando salir lo estaban matando lentamente—. Yo... creo que debo de volver a mis aposentos, se está haciendo tarde para mi baño.

— Tienes razón —lo soltó—. Lamento si te he incomodado al tomar tu mano.

— No, no —volvió a tomar la mano del alfa—. No te preocupes, me gusta tenerte cerca de mí... me hace sentir que no soy tan malo para hacer amigos.

— Ya tienes amigos —el alfa lo ayudó a ponerse de pie—. Te acompañaré hasta tu habitación, sino es mucha molestia.

— Para nada —el omega apretó el libro en su pecho—. Me gustaría estar contigo más seguido... pero sé que un rey debe de estar en su oficina atendiendo los deberes del palacio.

— Son muchos decretos —asintió—. Mi secretario y guardia personal me llena de ellos.

— ¿Quién es esa persona?

La conquista del Rey (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora