Capítulo XLI: "Permíteme estar a tu lado"

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El príncipe tenía la mano de Lysandro entre la suya y ese gesto, aunque pequeño, lo llenaba de inefable gozo, tanto que caminaba con una sonrisa en los labios

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El príncipe tenía la mano de Lysandro entre la suya y ese gesto, aunque pequeño, lo llenaba de inefable gozo, tanto que caminaba con una sonrisa en los labios.

El calor del sol se sentía con fuerza esa tarde, el verano estaba por llegar a su fin, sin embargo, casi no había brisa que agitara las ramas de los árboles.

—Así que te gustan los animales —Karel giró la cabeza para mirar de soslayo a Lysandro, quien asintió.

—De niño vivía con mis padres en una finca en las afueras de Eldverg —empezó a contar el escudero—. Antes de que mamá muriera, papá casi siempre estaba en campaña con el rey Thorfinn. A él no le gustaba que yo me encargara de los animales, decía que eso era para los sirvientes. Sin embargo, cuando él se iba, mamá me dejaba cuidar de las ovejas.

De pronto Lysandro rio en voz baja. El sonido lo hizo girar de nuevo para observarlo, hacía mucho que no lo escuchaba reír y aunque fue una risa muy breve, iluminó su rostro.

—Le puse nombre a mis favoritas —continuó el joven. Luego, frunció el ceño y los labios en un gesto concentrado—. Déjame ver si puedo recordarlo, hace mucho que no pensaba en ellas. Estaban Cami... Odeth. ¡Amaba a Odeth!, era suave como una nube. Había otra que llamaba... ¿Clarita?, ¡sí, Clarita! La fea, Chillidos y un macho belicoso que no recuerdo el nombre, pero que siempre lanzaba balidos furiosos. ¡Ah! ¡Ya me acuerdo! Mamá le decía Malote. También teníamos gallinas. Y cuando Cordelia cumplió cuatro años, papá le regaló varias liebres. ¡Ah!, ¡y caballos! A papá le gustaban mucho los caballos, así que había varios. Yo tenía una yegua, se encabritaba de nada y solo aceptaba que yo la montara.

El príncipe rio escuchándolo y acarició con el pulgar el dorso de la mano que aún sostenía.

—Creo que esa yegua se parecía al dueño —dijo entre risas.

Lysandro se volvió a verlo con el ceño fruncido.

—¿Qué estás diciendo? ¿Qué me molesto por nada? ¡No soy así!

El joven lo soltó y se cruzó de brazos con un resoplido. Luego volvió a reír.

—Bueno, tal vez sí. —Bajó los brazos y Karel volvió a tomar su mano. Al cabo de un momento, preguntó—: ¿De niño tenías animales?

El hechicero negó con la cabeza.

—No propios. Las montañas que rodeaban al palacio Adamantino, en Augsvert, estaban llenas de animales, pero no era como si tuviera alguno para mí.

Atravesaron una arboleda y llegaron a un claro, delante tenían un pequeño lago bordeado en algunos extremos por grandes piedras. A pesar de que era una masa de agua estancada, se veía cristalina. En ese instante Karel se dio cuenta de que tenía mucho calor y sudaba a chorros. Soltó la mano de Lysandro.

—Voy a bañarme allí —dijo—. ¿Quieres venir?

Lysandro miró el agua y luego a él, dudando. Era fácil leer la expresión de su rostro: no quería propiciar un acercamiento.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora