Capítulo LII: "Ni siquiera sé qué sientes por mí"

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A media mañana ya habían desmontado el campamento e iniciaban la marcha

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A media mañana ya habían desmontado el campamento e iniciaban la marcha. Karel intentó que Lysandro viajara en uno de los carruajes para evitar que sus heridas pudieran abrirse, pero el escudero, terco como siempre, no aceptó, así que cabalgaba un poco más atrás que él.

Arlan azuzó el caballo y se puso junto a Karel.

—Escuché lo del atentado. Es lamentable lo del coronel. —El tercer príncipe giró la cabeza hacia atrás, en dirección de Lysandro—. Espero que él esté bien.

—Por fortuna lo está —le respondió Karel sin quitar la vista del frente.

—Veo que la esquiva doncella y tú han mejorado las relaciones, me alegró por ti, hermanito. ¿La llevarás a Illgarorg?

—Así es. Me gustaría que pudiéramos visitarte próximamente.

Arlan lo miró perplejo y luego dibujó una enorme sonrisa

—¡Eso sí que es una sorpresa! Envíame un haukr cuando decidas ir, así podré preparar un gran banquete de recibimiento. ¡Tantas guerras e intenciones fratricidas!, para variar vendría bien alguna celebración. Eso, si Viggo no nos mata a todos antes ... O nuestro padre.

La sonrisa de Karel acompañó a la carcajada de su hermano.

—Si sobrevivimos iremos a visitarte, creo que a la esquiva doncella le encantaría ver a tu dama dorada —le dijo Karel refiriéndose a Gylltir.

Arlan celebró el apodo y ambos hermanos pasaron el resto del viaje conversando hasta que el atardecer llegó y con él la hora de montar el campamento de nuevo.

Los dos días de viaje que siguieron fueron similares. El Príncipe pasaba el día conversando con Arlan o con su madre, esta última insistiendo en sus planes de aliarse con Augsvert y tomar Vergsvert antes de que Viggo pudiera hacerlo.

Todos continuaban alerta luego de lo sucedido con Fingbogi, esperando que en cualquier momento pudiera surgir de las sombras algún ataque sorpresa por parte del primer príncipe o los supuestos rebeldes vesalenses. Cada día asistía a una larga reunión con el rey y sus consejeros.

Como si todo eso fuera poco, las noches no representaban un alivio, Jonella seguía insistiendo en seducirlo. Entonces Karel tomó la costumbre de demorarse en regresar a su tienda hasta bien entrada la madrugada para, de esa forma, encontrarla dormida. Como consecuencia, durante el día cabalgaba como un sonámbulo, a riesgo de caerse de su montura.

Lo que más lamentaba, sin embargo, no era la insistencia de Jonella o de su madre o las largas reuniones con su padre y sus hombres, diseñando estrategias en caso de que Viggo decidiera atacar. Lo que lo frustraba era no poder estar con Lysandro como quería. Ni siquiera había tenido tiempo de verificar el estado de sus heridas y aunque el sanador le notificó que curaban de manera adecuada, él no se confiaba, lo había visto cojear en varias oportunidades.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora