Capítulo IX: Es un rey y a su muerte se convertirá en un dios

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Onceava lunación del año 104 de la era de Lys

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Onceava lunación del año 104 de la era de Lys. Palacio real de Eldverg, reino de Vergsvert.

Tenía el codo apoyado en la mesa y la barbilla en la mano. La mirada ambarina se perdía en el sol moribundo tras las cimas que se vislumbraban a través de los ventanales abiertos. El libro con el resumen de las últimas campañas militares de su padre reposaba, casi olvidado, a un lado.

El príncipe Karel pensaba en Lysandro.

No podía apartar el recuerdo de su hermosa fisonomía. Una y otra vez rememoraba sus gestos, a veces enérgicos y otras delicados y seductores. Recreaba el timbre de su voz: fresca y clara. Desde la última visita iba más allá. Ya no era meramente lo físico lo que le atraía. Reflexionaba en su estado de salud. Lo había encontrado débil y aun así se afanó en que no dijera nada.

Siempre supo qué gran parte de la economía de Vergsvert se fundamentaba en la esclavitud. Sin embargo, al haberse educado fuera nunca le dio mayor relevancia. Ahora, después de conocer a Lysandro, la consideraba con otra dimensión.

A veces ni siquiera se daba cuenta de los sirvientes a su alrededor, que aguardaban en un rincón, silenciosos, dispuestos a complacer hasta el más mínimo de sus deseos. Algunos se movían ante el leve movimiento de su mano o en respuesta a una inclinación de la cabeza, como si le adivinaran el pensamiento, como si el único motivo de sus vidas fuera servirle.

Antes no era consciente de ello, pero ahora pensar en eso le dolía.

Cuando conoció a Lysandro, el joven le dijo que estaba para servirle y esta última vez se esforzó mucho en dejar en claro que podía complacerlo a pesar de que estaba enfermo. ¿Por qué? Llegó a una dolorosa conclusión: lo castigaban.

Darse cuenta de eso le hizo sentir vergüenza. Él pertenecía a los amos, a un estrato social que se erigía superior y que usaba a otras personas como si fuesen cosas. No quería tratar a Lysandro de esa forma, a nadie en realidad.

El joven era hermoso, un bocado apetecible. Sería muy sencillo para él satisfacer el deseo que lo atormentaba desde que lo conoció. Dar rienda suelta a su lujuria, tomarlo y perder de una vez su virginidad. Era un esclavo, un hoors cuya función se limitaba a otorgar placer, bastaba una orden suya y sus más locas fantasías se harían realidad. Pero él no quería. No podía.

Para él, Lysandro no era diferente a cualquier persona, a los ministros o consejeros de su padre, aunque, por supuesto, irresistiblemente fascinante. En realidad, deseaba conocer, no al esclavo dispuesto a hacer cualquier cosa que se le ordenara, sino su verdadera personalidad, los deseos ocultos de su corazón, sus aspiraciones, si es que las tenía. Quería saber cómo era el verdadero Lysandro y esa idea empezaba a obsesionarle, tanto que su afán por estrenarse perdía importancia frente al deseo por conocerle de verdad.

Aparte de no querer usarlo como un esclavo de placer porque odiaba la idea de la esclavitud, también estaba el peligroso hecho de que Lysandro era un hombre.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora