Capítulo XII: "¿Quieres que sea él?"

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Era la hora del crepúsculo cuando Lysandro entró a la vivienda

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Era la hora del crepúsculo cuando Lysandro entró a la vivienda. El sudor perlaba su frente y caía en gotas por su espalda. Había pasado casi toda la tarde entrenando con espadas de madera. Tenía cinco días en que, después de almorzar, se dedicaba a eso.

Cuando Cordelia sintió su presencia, sin dejar la arcilla en la que trabajaba, lo abordó.

—Hasta que por fin te tomas un descanso, no has parado de entrenar desde mediodía.

—Lo siento mucho —le respondió el joven sentándose a su lado. Dejó las espadas sobre la mesa y observó el nuevo jarrón que modelaba su hermana—. Está casi listo, ¿de qué color lo pintarás?

Ella dudó un instante, luego respondió:

—No lo sé. ¿Qué color te gustaría a ti? Tal vez de ese raro pigmento púrpura que hiciste traer desde Holmgard. Aunque no entiendo por qué gastas tanto en esas pinturas.

—Porque son brillantes y puedes distinguirlas mejor que los colores opacos de las resinas comunes.

—Sí, pero, podrías ahorrar.

Lysandro rio sin gracia.

—¿Ahorrar? ¿Para qué? —Cuando habló su voz sonó dura—. Gasto el dinero en lo que he de gastarlo: en tus medicinas, tus pigmentos y los materiales que usas para moldear.

Cordelia bajó los ojos, entristecida.

—Todo lo gastas en mí. No te ayudo en nada, soy más bien un estorbo.

Su hermano se apuró a consolarla al tiempo que se recriminaba internamente por ser tan brusco y estúpido. Si algo odiaba era ver triste a Cordelia.

—¿Cómo puedes pensar que eres un estorbo? Ya sabes que no es necesario que trabajes.

—Pero es que tú siempre estás agotado y... y yo quisiera poder ayudarte. Si yo ganara dinero no tendrías que trabajar tanto.

—Somos esclavos, Cordelia. —El joven se separó de su abrazo y empezó a acariciarle el cabello—. Que trabajes no asegura que puedas ganar dinero, tan solo te explotarían. Deja las cosas como están, estamos bien así, ¿de acuerdo? No estoy cansado, la mayoría de las veces lo único que hago es vigilar la puerta del Dragón de fuego.

—¿De verdad? —le preguntó con una ingenuidad que casi le rompió el corazón.

—De verdad. —El joven forzó una sonrisa y depositó un sonoro beso en su coronilla.

—Si lo único que haces es vigilar la puerta, ¿por qué te esfuerzas tanto entrenando? —preguntó ella separándose de él para tratar de enfocarlo con su deficiente vista.

—Entrenar con las espadas me relaja.

—Pues tenías tiempo que no lo hacías. Y ayer cantabas. —Cordelia rio, ya más tranquila—. Creo que nunca antes te había escuchado cantar.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora