Capítulo XVII: ¡Vesalia planea atacarnos!

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Tardó poco más de un cuarto de vela de Ormondú en llegar a Eldverg

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Tardó poco más de un cuarto de vela de Ormondú en llegar a Eldverg. Era la primera vez que lo hacía cabalgando y no resguardado en un carruaje real, por eso pudo contemplar un poco del reino en el trayecto.

Al igual que en IlIgarorg, en Feriberg, la ciudad que atravesó, se respiraba miseria. Las plazas y el camino real estaban llenos de mendigos y niños andrajosos, pero lo que lo sorprendió fue que en ambas, a pesar de la pobreza, se construían grandes monumentos para honrar el reinado de su padre.

Detuvo brevemente su yegua frente a una de ellas. Medía tres veces lo que un hombre y la piedra blanca de la que estaba hecha provenía de las canteras de Roca Negra, un sitio destinado a los esclavos que nadie quería. Los que ya habían cumplido la misión para la que fueron destinados o los condenados por algún crimen, generalmente contra su amo, iban a parar allí, al menos eso le había contado Lysandro en una de sus charlas. Las canteras eran el peor sitio para trabajar, un moridero donde la vida no valía nada.

Aún no estaba terminado, pero podía verse toda la magnificencia que exhibiría. Suspiró al pensar que el dinero que debía destinarse para mejorar las cosechas, tan diezmadas después de la larga guerra de unificación, se usaba en la construcción de estatuas. Y más disgusto sintió al reflexionar que ese dinero provenía de la venta de los esclavos que había dejado esa misma guerra.

Arreó la yegua y continuó su camino. La miseria quedó atrás al entrar a Eldverg y acercarse al palacio. Karel frunció el ceño. Por primera vez desde que llegó a Vergsvert consideró los cambios que haría si él fuera el rey.

Desmontó y dejó el animal al cuidado de uno de los sirvientes. Se sentía agotado después de la larga cabalgata y el no haber dormido nada durante toda la noche, pero pensó que el hacer justicia por todos esos esclavos bien valía la pena.

Cruzó a paso rápido la abovedada galería principal. A esa hora de la mañana los rayos del sol penetraban a través de los vitrales tintados y la luz se descomponía en infinidad de colores, dándole al corredor un aspecto hermoso e irreal.

Cuando se acercaba al ala del palacio destinada a su padre y a los asuntos oficiales, lara Bricinia salió a su encuentro.

—Finalmente llegaste.

—Madre. —Karel se inclinó y la besó en la mejilla— ¿Cómo supiste que vendría?

—Tengo mis métodos. También sé lo que hiciste anoche. —La mujer se separó unos pasos y le dirigió una mirada reprobatoria—. No pensarás presentarte así ante tu padre, ¿verdad? —Luego de sus palabras, Karel estiró sus propios brazos y los detalló, así como el resto de su cuerpo: la chaqueta negra estaba arrugada y cubierta de polvo; las botas de caña alta salpicadas de barro—. Y supongo que de la manera en que te ves te sientes. Has de estar agotado después de lo sucedido anoche. Vamos a tu vieja recámara, te he mandado a preparar un baño y ropa limpia.

El príncipe la siguió un poco desconcertado por lo bien informada que estaba su madre. Aunque si lo pensaba bien, no era extraño que supiera hasta los detalles de los acontecimientos de la noche anterior. De seguro, Frey tenía mucho que ver en ello.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora