Capítulo XXI: "Me gustaría que te nos unierais"

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—¡Vamos, por favor! ¡No puedes quedarte aquí!

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—¡Vamos, por favor! ¡No puedes quedarte aquí!

Gylltir tiró de la mano de Lysandro, pero él no se movió ni un ápice. Sus ojos negros brillaron reflejando las llamas frente a él.

—¡Lysandro, si no te mueves me quedaré contigo, ¿lo oyes?! —La voz de Gylltir se quebró—. ¡Moriremos juntos aquí!

El joven parpadeó un par de veces y giró la cabeza hacia ella. La muchacha lloraba con el rostro agachado.

—Vamos, hay que buscar una salida —le dijo y tiró de ella.

Con la mano fuertemente asida entre las suya, Lysandro corrió hacia la puerta que daba al exterior. En el camino se encontró una pared de llamas que hacía imposible salir por allí. El humo y el aire, demasiado caliente, comenzaban a dificultarle la respiración, Gylltir a su lado no paraba de toser.

Desanduvieron los pasos, al cruzar frente a la puerta de los guardias que el joven cerró con la cuerda, la esclava se detuvo y lo miró suplicante.

—¡No hay tiempo! —la apremió él adivinando lo que ella quería.

—¡No podemos dejarlos allí! —le replicó la joven, mientras la puerta se agitaba ferozmente y detrás salían gritos desesperados.

Lysandro dudó un instante, luego levantó la espada que todavía llevaba en la mano y de un solo tajo cortó el amarre. Un tumulto de cuerpos se precipitó hacia afuera, empujándolos y haciendo más difícil la huida.

Volvió a sujetar la mano delgada de Gylltir y corrió con ella hacia la parte trasera del Dragón de fuego, donde estaba la casa que compartió con Cordelia los últimos ocho años. Allí todavía no se extendía el fuego. Cuando por fin salieron, el aire frío y limpio los recibió. Inclinaron los torsos sobre sus rodillas para recuperar el aliento y poco a poco pararon de toser.

—Lysandro...—pronunció la joven desesperanzada al incorporarse. Alrededor de ellos se elevaban altos muros que eran imposibles de escalar—. ¿Qué haremos ahora?

Los guardias que liberaron llegaban también. Uno de los custodios corrió hasta una pequeña puerta lateral y sacó de entre sus ropas una llave con la que la abrió. Los cinco hombres se precipitaron saliendo primero. Cuando Lysandro y Gylltir fueron a hacerlo, el hombre que había abierto la puerta les cerró el paso.

La mirada del esclavo se tornó feroz, levantó la espada en un gesto de amenaza.

—¡Él abrió la puerta, los liberó! —exclamó Gylltir con voz temblorosa para suavizar la situación—. ¡De no ser por él aún estarían allí, ardiendo junto con el edificio!

El soldado no apartó los ojos de Lysandro quien tampoco suavizó la mirada. Luego de un instante en que ambos se retaban, el custodio se apartó y les cedió el paso.

El par de esclavos corrió al exterior.

El Dragón de fuego se hallaba en las afueras de la ciudad. A una media legua de distancia comenzaban las calles que se adentraban al centro de Feriberg. Gylltir tiró de él hacia allá, pero Lysandro no se movió.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora