En ninguna de las muchas cartas que se habían enviado, ni Karel le preguntó dónde estaba, ni Lysandro lo mencionaba. Tampoco marcaban el remitente en caso de que alguna fuera interceptada. Lysandro continuaba siendo el asesino fugitivo del rey Viggo, sobre él pesaba una condena de muerte y debía permanecer oculto, lejos de Vergsvert.
No obstante, no tener señas de su dirección, el sorcere no las necesitaba. Llevaba viajando sin apuros varios días, era cierto que su destino era la pequeña casita en las montañas en la que se había radicado Lysandro, pero quería disfrutar del viaje.
Cada vez que llegaba a alguna aldea visitaba su mercado, se alojaba en una de las posadas y degustaba la comida típica de la zona. Hacía mucho que no disfrutaba de nada de aquello. Era cierto que no podía compararse a las exquisiteces que comía en palacio, pero encontraba satisfacción en probar otros platillos.
El tercer día de viaje salió de Vergsvert rumbo a las montañas más allá de Ausvenia, cerca del bosque de hielo en la frontera con Briön, el sitio al cual la huella de su magia lo guiaba.
En el pasado, Karel viajó un par de veces a Briön. Una vez para asistir a la coronación del nuevo rey de esa nación y la segunda, al matrimonio del monarca. En ambas oportunidades, el carruaje pasó cerca de las montañas en las que se había establecido Lysandro. Estuvo muy cerca de él, pero la inseguridad le ganó. No había conseguido nada con respecto a la aceptación de la homosexualidad y principalmente tuvo miedo de hallar a un Lysandro que lo había olvidado.
Se ciñó la capa, la tarde otoñal empezaba a caer y el frío era cada vez más intenso a medida que ascendía el terreno encumbrado. Los parajes por los que viajaba eran prados verdes con escasos árboles, atrás quedaron los bosques tupidos y las bestias que los habitaban.
Karel conjuró de nuevo la luminaria que lo guiaba al remanente de su savje, el que permanecía con Lysandro. El día que se despidieron, el sorcere había creído firmemente que pronto se reunirían de nuevo, puso en Heim un hechizo que llegado el momento lo llevaría con su dueño.
Luego el tiempo pasó, en Vergsvert las cosas se complicaron. Karel aplazó la promesa y el momento del reencuentro indefinidamente, hasta que Arlan llegó días atrás con la irresistible propuesta.
La luminaria se hacía cada vez más grande, indicando que estaba cerca de su destino. El sorcere se mordió el labio en tanto sentía el corazón latir con fuerza.
¿Qué iba a decirle cuando lo viera?
¿Y si Lysandro ya no lo quería? ¿Y si lo había olvidado? ¿Y si después de verse, descubrían que ya no sentían lo que antes?
Exhaló en un intento por tranquilizarse.
Se aferró a las palabras de Arlan. Si las cosas entre Lysandro y él no salían bien, todavía podía rehacer su vida y buscar la felicidad por su cuenta.
Llegó a una pequeña aldea de casas humildes, la mayoría hechas de piedras y techos de paja, sin calles adoquinadas, con animales domésticos circulando con libertad entre las viviendas. Los campesinos con los que se cruzaba lo miraban sorprendidos, tal vez por sus ropas finas, o por la gran esfera plateada que brillaba sobre su cabeza, lo cierto era que ninguno se atrevía a hablarle.
ESTÁS LEYENDO
El amante del príncipe
FantasíaEn un reino cruel donde la homosexualidad está prohibida, el príncipe se enamora de un esclavo. ********** El príncipe Karel, cuarto en la línea al trono, no tiene opción a gobernar Vergsvert, su reino. Cuando regresa luego de completar s...