Capítulo LXII : "No voy a dejarte"

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Octava lunación del año 105 de la Era de Lys

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Octava lunación del año 105 de la Era de Lys. Castillo Real, Eldverg, capital de Vergsvert, luego del envenenamiento.

Jonella llevaba mucho tiempo pasándole su savje a Karel, quizás casi un cuarto de vela de Ormondú, pero por más que se esforzaba, cuanto lograba era que la temperatura de su esposo se mantuviera estable y continuara respirando, no conseguía despertarlo y ella comenzaba a agotarse.

Lo que acababa de suceder era lo más espantoso que la princesa había experimentado en su vida, todavía escuchaba los gritos y los estertores de aquellas personas muriendo a su alrededor. Continuaba aterrada. Quien cometió tan atroz masacre no se quedaría tranquilo hasta que Karel muriera. Tenía que salir del castillo, tenía que sacar de allí a Karel.

La puerta se abrió y Jonella se sobresaltó, pero al ver que era Lysandro se tranquilizó. El escudero lucía pálido y asustado. Cuando sus ojos negros se fijaron en ella lo hicieron con incredulidad.

Jonella se levantó y dejó el remanente de su savje envolviendo el cuerpo del príncipe moribundo.

—Alteza. —Lysandro hizo una escueta reverencia frente a ella.

—Está muy débil —le dijo Jonella en un susurro—. He hecho todo lo que está a mi alcance, pero...

La angustia y el miedo hicieron mella en ella, Jonella se quebró. Necesitaba el consuelo de alguien conocido, quería creer que no todo estaba perdido. La princesa se aferró al cuello de Lysandro y lo abrazó con fuerza.

—Ya no sé qué más hacer —gimoteó tratando en vano de contener el llanto

—Habéis hecho bastante, princesa.

Durante mucho tiempo odió al hombre que ahora la consolaba. Hasta el último instante trató de que Karel volcara en ella su atención, de que finalmente la viera y le diera un poco de cariño. Ahora el príncipe estaba a punto de morir y ella estaba segura de que la única persona en la que podía confiar en ese castillo del horror era justamente aquella a la que tanto se dedicó a despreciar.

Jonella se soltó de Lysandro y se separó un par de pasos de él. Lo miró con la boca apretada en una fina línea.

—Queréis estar con él, os dejaré un momento a solas.

Ella se dio la vuelta y caminó a la antecámara, luego cerró las puertas tras de sí.

—¡Dioses! —exclamó mientras la angustia la llevaba a doblarse sobre sí misma.

Se llevó una mano al pecho y lo frotó como si de esa forma pudiera soltar el nudo de desesperación que no la dejaba respirar. Caminó hasta el gran ventanal y lo abrió, salió al balcón y tomó una gran bocanada de aire fresco. Las preciosas flores en el jardín iluminado por las lámparas de aceite en los altos postes, se inclinaban debido a la brisa nocturna, indiferentes a la tragedia que se vivía en el interior del palacio.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora