Capítulo XLIII: "Os esperan en Beremberg"

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Llevaba días viviendo un sueño, inmerso en una felicidad que nunca creyó pudiera ser para él

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Llevaba días viviendo un sueño, inmerso en una felicidad que nunca creyó pudiera ser para él. Karel era un hombre cariñoso, dispuesto a complacer hasta el último de sus deseos y también él quería corresponderle. El problema era que de vez en cuando los recuerdos del Dragón de fuego pugnaban por tomar protagonismo, a veces aparecían con el único propósito de enturbiar los momentos dulces con el príncipe.

Lysandro tenía que bloquear su mente muy a menudo e intentar no pensar, concentrarse en el presente, no prestar atención a las huellas que cientos de manos y bocas habían dejado en él, congelar el asco que, igual a una víbora muy sigilosa, se deslizaba desde su interior, se enroscaba en su garganta y buscaba asfixiarlo.

En esos instantes abría los ojos y miraba el rostro del hombre que estaba con él, se repetía a sí mismo que el Dragón de fuego nunca más volvería y que Karel realmente lo amaba.

También tenía miedo de regresar a Vergsvert, una vez de vuelta tendría que enfrentar la realidad que allá le esperaba.

Debería tomar decisiones, difíciles cualquiera de ellas: ¿dejar atrás todo el dolor y el pasado, perdonar al causante de la desgracia de su familia porque era el padre del hombre que amaba?

O, por el contrario, ¿debía sacrificar a Karel y lo que sentía por él para cobrar venganza?

Estaba seguro de que ninguna de las dos opciones le daría paz.

Pero hasta que el momento de decidir llegara, continuaría luchando por disfrutar los instantes de felicidad robada, porque estaba seguro de que no la merecía.

El Dragón de fuego se hallaba dormido en su guarida y ellos habían pasado la mañana entregados al amor. En ese instante se encontraban abrazados bajo el domo, la cabeza de Lysandro reposaba sobre el pecho de Karel. Después de la última ronda, el escudero se quedó en silencio, perdido en sus reflexiones.

—¿En qué piensas? —le preguntó el príncipe luego de besarle la frente.

El escudero giró un poco y lo miró con una sonrisa que ocultaba su preocupación:

—En que si no salimos de este domo, moriremos de hambre.

—No quiero separarme de ti ni un instante, deseo pasar toda mi vida, justo así, abrazado a ti.

Lysandro rio en voz baja antes de contestarle:

—Entonces nuestra vida será muy corta; sin duda, pereceremos de inanición.

Karel suspiró resignado y ambos se separaron.

El resto del día lo dedicaron a pescar, comer y nadar. Al principio de la tarde, Karel se quedó dormido bajo la agradable sombra de un árbol. Fuska tampoco estaba por ahí, llevaba sin verlo desde la noche anterior.

Lysandro aprovechó el instante de soledad para recorrer los alrededores y, tal vez, cazar algo o encontrar algún fruto que no fueran bayas.

En esa parte del bosque que recorría, los árboles eran frondosos y debido a la tupida vegetación y al otoño cada vez más próximo, el clima se sentía sombrío y frío. Una liebre apareció a unos pasos de él. El peludo animal olfateó el aire. Sin percatarse del peligro, avanzó y salió de entre la seguridad de los arbustos. Lysandro aprovechó y le arrojó la lanza que él y Karel habían hecho para pescar.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora