Capítulo LXI: "¿De qué se me acusa?"

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Se estrelló contra el suelo de piedra húmeda y fría al ser arrojado a la celda escasamente iluminada por la luz proveniente de las antorchas en el pasillo

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Se estrelló contra el suelo de piedra húmeda y fría al ser arrojado a la celda escasamente iluminada por la luz proveniente de las antorchas en el pasillo. La reja vibró e hizo un estrépito cuando el soldado la cerró con fuerza.

Lysandro miró a su alrededor y fue como regresar en el tiempo, como estar en el calabozo del Dragón de Fuego: solo, a oscuras, esperando el castigo que a Sluarg se le ocurriera. La ansiedad fue todavía peor, no quería retroceder a aquellos horribles días, no quería estar allí.

—¡No, no, no! —gimió mientras se arrastraba hasta la reja—. ¡No me dejen aquí, por favor! ¡No me gusta estar encerrado! ¡Malditos! ¡Sáquenme de aquí!

Le parecía que en cualquier momento el protector de esclavos entraría. Incluso sintió náuseas, como si el brebaje vomitivo que usaban para reprenderlo estuviera deslizándose por su garganta.

Gritó; estrelló los nudillos contra los barrotes una y otra vez hasta rompérselos; pero nadie acudió.

Helaba adentro, el aire enrarecido debido al olor a moho le producía tos. No había camastro, ni letrina, apenas un balde que el escudero intuyó, sería para depositar allí sus desechos.

En la penumbra le pareció ver sombras que se arrastraban hasta él desde los oscuros rincones. Estaba confundido y por momentos, incluso, creyó escuchar afuera la música de las liras y las panderetas. Tal vez en cualquier momento vendrían a buscarlo para hacerlo bailar o para follarlo. El estómago empezó a dolerle y sin más se giró y vomitó en uno de los rincones.

Fue ingenuo y estúpido, confió en Viggo y perdió. No solo se trataba de su encarcelamiento, había entregado a Jensen, había dejado solo a Karel y ya no podría protegerlo.

Quiso vengarse y terminó siendo pieza clave en el juego del príncipe. Viggo ganaría mientras él era encarcelado. Abatido, se tumbó de costado en la piedra fría del suelo y allí estuvo, en la misma posición, sin saber por cuánto tiempo, hasta que un alboroto proveniente del pasillo lo sacó de la pesadilla que creaba en su mente.

—¡Soltadme! —reconoció la voz de Jensen—. Soy vuestro superior, soldado. ¡Os ordeno que me soltéis!

Lo único que se escuchaba era la reprimenda airada del general y el sonido que producían sus botas al ser arrastrado por el pasillo. Los soldados no le contestaban.

Un ruido metálico al lado de donde él se encontraba, le indicó a Lysandro que habían dejado a Jensen en la celda junto a la suya. Cuando los soldados se marcharon, el joven escudero se acercó a la reja y se agarró a los barrotes de hierro.

—¡General Jensen, ¿sois vos?!

—¡Lysandro! ¡También te ha apresado a ti! ¡Ahora nada se interpone en el camino de Viggo!

Lysandro exhaló, apenado. Al parecer, Jensen desconocía que quien lo había delatado era él.

—No te preocupes, muchacho —lo alentó el general—, buscaremos la manera de salir de aquí.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora