Prólogo

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Chiara Morelli.

5 de junio del 2017.

Camino entre las personas, observando cada detalle de cada una. Por ejemplo, la mujer mayor de mi derecha se aferra a su bastón como si fuese su pilar más importante, y lo es, porque puedo ver como una pierna le cojea con cada paso que da. La mujer más joven a su lado, ha hecho el amago de ayudarla en todo lo que llevo caminando al lado suya, pero la anciana agita siempre la mano restándole importancia.

Superación personal con orgullo.

Un clásico entre las personas mayores que suelo observar.

Aparto la mirada de esas dos mujeres para enfocarla en el crío que sostiene la mano de su madre justo delante de mí. El niño agita con fuerza el brazo de su madre, y desde aquí puedo jurar que le está haciendo daño. La madre se mantiene firme en su decisión. Tal vez no quiere comprarle algún nuevo juguete, o alguna chocolatina, o muy probablemente le haya castigado por algún motivo.

La madre se gira para regañar a su hijo y este deja la violencia para lloriquear tratando de captar el corazón sensible de su madre. Si usa esa táctica es porque le ha funcionado en más de una ocasión, pero esta vez ha tenido que haber hecho algo que ha enfadado mucho a su madre porque no cede ante sus súplicas.

Caprichoso y en proceso de malcriado si cede la madre.

Voy a pasar a la siguiente persona cuando mi móvil comienza a sonar. Suelto una pequeña maldición antes de sacarlo de mi bolso y ver el nombre de mi padre en el registro. Presiono el botón de colgar. Me molesta mucho cuando interrumpen mis paseos por la ciudad, actuando como una persona normal. Mi padre sabe que estas horas para mi son sagradas, casi terapéuticas para no caer en algún tipo de trastorno psicótico por toda la violencia y muertes que rodean mi vida. Aunque también, debo agradecerle el que no me haya hecho pública en el mundo de la mafia para así poder caminar tranquila y no temer que algún policía decida arrestarme.

Miro sobre mis hombros, Adriano y Gabriella a varios metros de distancia detrás de mí. Siempre que salgo de la urbanización Morelli, ellos dos me acompañan fingiendo ser una feliz pareja que da un paseo, cuando en verdad son los que deben mantener mi espalda protegida.

De nuevo el móvil suena. Miro hacia mi mano, donde lo sostengo, para ver el nombre de mi padre. Resignada presiono el teléfono verde, alzo el móvil a mi oreja y segundos más tarde la enronquecida voz de mi padre suena por los altavoces.

— Mi pequeña lucecita. — El tono alegre e inocente que usa me lo conozco mejor que ninguno. — No me gusta que me cuelgues, sabes que no te llamaría si no fuese realmente importante. Sé lo importantes que son para tí esos paseos.

Casi siento remordimiento por haber sido tan impulsiva al colgarle. Él tiene razón, nunca me molesta a menos que sea importante.

— Lo siento papá, pero es que estaba tan concentrada en mi paseo que me ha molestado.

— No pasa nada, pero necesito hablar contigo.

— Ya lo hacemos, ¿qué ocurre?

Carraspea. Mierda mi padre ha carraspeado y eso solo lo hace cuando está nervioso.

— Mejor ven a la casa, es mejor hablarlo en persona.

— De acuerdo, ya voy, pero dime una cosa, ¿estás bien?

Su suave risa, que a nadie muestra excepto a mí, me resulta tan reconfortante como siempre.

— Pues claro que sí, lucecita, sabes que nadie sería capaz de ponerme un dedo encima sin acabar con ese dedo cortado.

Mafia Italiana | Herederos 2 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora