Hoy, no

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Snape estaba fascinado con el gesto de Hermione. Eran sus ojos. Aunque unos centímetros más baja, era tema serio: La castaña estaba enojada con él.

En el despacho del director, la castaña lanzaba a Snape una mirada rayando en lo rencoroso.

Era un connato de choque, pero Snape se sentía atrapado por la Gryffindor, hielo en sus ojos y fuego detrás.

Él le devolvía la mirada, pero absorto. El gesto obstinado de la mandíbula de Hermione y las leves llamas de sus ojos eran una advertencia, también un gesto impertinente por estar en el despacho que fuera de Dumbledore, pero incitante por lo mismo.

Era un enojo que daba intensidad a su gesto, atrayente, aunque el silencio de la chica lo decía todo: Estaba a un paso de la hostilidad abierta.

Tal cambio, en pocas palabras, era por sentir que Snape se le escapaba.

Su no poder acabar de tener a Snape no la intranquilizaba. Era un sentir más semejante a la impaciencia. Fue la posesividad que sintió el primer día, cuando su deseo y nerviosismo la llevó a decirse confusa y apremiante: Tiene que ser mío.

Ahora era lo mismo, pero con más decisión, con creciente sensación de derecho de propiedad.

La parte negativa de la castaña aparecía. Ella ya había hablado, expuesto sus razones, habían dado pasos uno al otro, era claro que ella tenía razón, pero Snape no le daba respuesta: sí quería ser pareja de ella.

Hermione experimentaba una cercanía con Snape, no sólo en sus sentimientos, sino en sus cuerpos. La idea de ser pareja, la forma en que se hablaban, su tomarse de las manos, los abrazos, los besos que se habían dado, eran la aceptación de lo que se provocaban mutuamente. Para cualquiera eso era ser pareja. Pero la demora de él en asumirlo era un constante escapar, y también era como no dar la razón a Hermione, un tema que la exasperaba. Para ella no era posible que Snape no sintiera, no era posible que no experimentara la misma tentación, no era posible que no quisiera ser...

Novios, se dijo ella. Esa es la palabra. No me importa que él sea profesor, no me importa la edad. Esas son tonterías. Y no me importa lo que piense el mundo. Lo quiero, lo amo. Novios, ese es el nombre. Para qué invento un título que suene conciliador. Nada de compañero, pareja. Es novio. Quiero que Snape sea mi novio. Quiero ser su novia. Y él no me dice ni sí, ni no.

La frustración restaba peso a sus resabios habituales, a su formalidad y a la distancia con que se había comportado hasta entonces con toda persona. Esto era diferente, esto era algo que ella deseaba y para lo que no quería demora.

Y junto a esa impaciencia surgió otra necesidad. No va a jugar conmigo. Más: No va a poder más que yo. En el despacho de Snape se vio orillada a la situación no de preguntarse quién amaba, sino quién era más obstinado.

Hasta hace un rato el día iba bien, pero un detalle de Snape le disparó la frustración. El flamante director de Hogwarts ahora percibía que si demoraba tres segundos en reaccionar, algo malo sucedería. La castaña estaba a un paso de ese poder femenino mayor que el estallido: el castigo de no decir nada.

Hermione estaba por dar vuelta y salir, rápida. Y Snape sabía que tenía responsabilidad en ello. Aun así, su parte negativa se impuso: se sintió desafiado, lo que por orgullo no podía permitir. Y antes que evitar un conflicto si es que la chica le gustaba, también se perdió en el gusto por la pelea: verla enojada le fue incitante. Tenía tendencia a deliberadamente empeorar situaciones difíciles.

Es un cachorro de león, pensó Snape, ante los ojos bellamente airados, y cuando Hermione ya se giraba, él la tomó por los brazos, secamente, arrancándole una mirada de desacuerdo e indignación.

Cuando tu mirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora