El sueño que quiero soñar

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Snape soñó que Hermione y él no se amaban.

Snape soñó que uno para el otro no existía.

Soñó que nunca habían hablado.

Snape soñó que Granger era una sombra. Soñó que ella no lo miraba y pasaba junto a él con gesto indiferente.

Soñó que Hermione era un nombre y una imagen en un pergamino visto a mitad de la noche, un rostro mudo en movimiento que brillaba en la oscuridad y que nunca tendría palabras para él.

Soñó que Hermione era un sueño.

Soñó que de cara al cielo estrellado se preguntaba, y deseaba, e imaginaba a Hermione, pero ella para él era únicamente preguntas, y deseos, e imaginaciones.

Soñó que en largas noches y días, el primero igual que el último en su vacío, Hermione nunca diría nada que cambiara la vida de los dos.

Soñó que no la encontraba en ningún sueño.

Snape soñó que pensaba en Hermione asomado por una ventana un día cualquiera de cara a un cielo oscuro sin luna, ni estrellas, y que Hermione estaba afuera, en algún lugar lejano, y que ella no pensaba en él, no se preguntaba, pues él nada significaba para ella.

Soñó que no la amaba. Que no la conocía como realmente era. Que su profundidad de pensamientos y de sentimientos era una veta de oro lejos del alcance de él, diamantes subterráneos sin rescatar, de los que él no tenía idea. Una Hermione inexistente para él excepto como un recuerdo contradictorio, pronto a olvidar.

Soñó que ellos estuvieron juntos en otro sueño, de los que al despertar se recuerdan fragmentos vagos, escenas mezcladas sin su sentido original, cuyos trozos se difuminan dejando la sensación de haber perdido un significado importante.

Snape caminaba por una ciudad gris de vagabundos, con la sensación de venir de un lugar distante, cuya verdad se le escapaba. En aquel otro sitio que no conseguía recordar existía alguien cuyo recuerdo también se mantenía opaco, sin emerger a su conciencia, excepto en la noción que fue de importancia vital para él... Pensaba en busca del rostro, de recordar sus facciones, pero no lo conseguía y la necesidad se acompañaba de desesperanza. Lo más cierto que tenía de ese intento inútil era la de sufrir una pérdida que le arrancaba un trozo del alma, una pérdida para la que no tenía suficientes lágrimas con qué llorarla, una pérdida que cavaba un hueco en el aire que respiraba.

En una calle de grises y azules edificios distorsionados, recordó algo de aquella persona, llegando a él sin claridad, sino como una impresión revoloteante: un aroma de gardenias.

Volteó al cielo y se formó una idea: era una chica de gesto serio, escribiendo en un pergamino. Era...

Era Hermione.

Era Hermione, pero, ¿dónde estaba ella? ¿Qué había hecho él para estar en esta ciudad? ¿Dónde la encontraría? Y preguntándose, se dio cuenta que en la ciudad ninguna calle se mantenía igual, que dejando un acera no era posible regresar a ella porque había cambiado, si se salía de una casa las calles cambiaban su dirección, su aspecto, quienes habitaban en ella e incluso ellos nunca eran los mismos. Siendo así, si todo se perdía, ¿cómo encontrar a Hermione?

Entendió que nunca la iba a encontrar.

Snape despertó respirando agitado, sentándose en la cama y cubriéndose la cara con las manos.

Su corazón latía rápido y las sensaciones de desconcierto y pérdida vividos en el sueño lo siguieron por unos instantes.

Se sentó en la cama. Estaba vestido, sin darse cuenta de haber quedado dormido al haberse recostado para descansar un rato, dejando a McGonagall abrir el festejo de hoy, 31 de diciembre, con los alumnos que permanecieron en Hogwarts.

Cuando tu mirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora