Espejos de hielo

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Pensando en Snape, Hermione se apresuraba para llegar a clase. Mucho por hacer, pero dominaba el recuerdo de la última noche.

El día que pintaba arduo no le pesaba. La animaba una sonrisa de goce al voltear al patio, cruzando la oscuridad breve de las columnas y luego bañada por la tenue luz del cielo invernal, que avivaba su cabello. Había amanecido con el primer pensamiento de las palabras que se dijeron en el corredor, y al apretar los libros contra ella, recordaba los abrazos con Snape, la intimidad transmitida por él.

Fue la sensación de despertar sabiendo que tenía un regalo en el árbol, el pensar que Snape con toda su seriedad le dijera que eran novios. Ahora mismo en algún sitio del castillo, él estaba y pensaba en ella.

Dobló en otra galería, entrando a una zona cubierta, y a paso rápido se sumergió en la corriente de alumnos también ocupados esa mañana fría. La castaña se obligó entonces a repasar mentalmente su agenda: lecciones, inventario de biblioteca, lecciones, mensajería de relaciones públicas, trabajo en los invernaderos, estudio y deberes. Era mucho. Ella sola había tomado esas responsabilidades y aunque difíciles de llevar, lo hacía pensando en consolidar de nuevo a Hogwarts. En estos meses algunas decenas más de alumnos habían vuelto a clases, aunque parecía que seguiría la merma en la población estudiantil.

Saludó de lejos a Hanna, siguiendo camino cada cual. Tenían el tiempo medido para llegar a sus ocupaciones escolares. Y con respecto a eso Hermione pensó con repentino dolor que encontraría a Harry en el aula, pero no a Ron. También había bajas en el alumnado. Ron era de los que habían abandonado Hogwarts este nuevo año. El luto, el rompimiento con ella y curiosamente la paz, lo hicieron sentir ajeno al colegio. Ron había comunicado su decisión a ella, a Harry y se marchó el mismo día, luego de hablar con Snape. A Ron le era difícil manejar el dolor y los recuerdos. Sentía que no encajaba como alumno, al contrario de sus camaradas, que seguían para concluir ese importante ciclo de sus vidas y estaban en tiempo, pues se graduarían sólo con un año de más.

Hermione extrañaba a Ron, pero la rutina le ayudaba. Tenía más trabajo que el resto de los prefectos y eso que ellos tenían bastante, con el detalle que Pansy Parkinson los había tomado exclusivamente dentro de la Casa de Slytherin. Si bien era en favor del colegio, no dejaba de tener un tinte de egoísmo que hizo a McGonagall conminarla. Hermione escuchó el connato de discusión por haberse llevado en una reunión con la prefecturía, que Snape es vez delegó en Minerva. Una seria Pansy escuchó la admonición de la subdirectora en tono de tener la razón por anticipado, sobre la necesidad de que Parkinson tomara más responsabilidades en lo colectivo, o dejara algunas de Slytherin, para lo mismo. La chica la observó en silencio dos segundos y grave, respondió con un simple:

-No.

-¿Cómo dice?

Pansy no se tomó la molestia de responder. Se limitó a sostenerle la mirada con frialdad. Odiaba a McGonagall por haberla sacado de Hogwarts el día de la batalla, en ese tono que la Slytherin calificaba de "pedantería de estúpida anciana" y que vio como pretexto de la profesora para insultar a Slytherin. Pansy se decía que aunque sus hermanos de Casa se habían puesto en su contra sobre entregar a Harry, al final se perdonaban mutuamente. Pero a McGonagall no podía ni verla. El rencor le inyectaba un odio frío. Todavía peor porque cuando fueron por Snape a San Mungo, Minerva no quiso nombrar un segundo prefecto de Slytherin para suplir a Malfoy. Aquellas aparentes cobranzas de la subdirectora, la revestían de un halo que para Pansy era débil muestra de un poder que McGonagall sólo supo usar para equivocarse, por ejemplo con Snape, y ella misma acabar en el hospital. Lo que saliera de su boca no tenía valor para la Slytherin.

-Le hago una exhortación a colaborar con Hogwarts, señorita Parkinson.

-¿Me acusa de no colaborar? –preguntó Pansy, firmemente.

Cuando tu mirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora