Segunda Temporada. JARDINES DE LA MEDIANOCHE

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UNA PUERTA SECRETA

Era de noche cuando, abrigada, Hermione llegó al corredor al lado del patio. Snape la esperaba, y después de saludarse con un efusivo abrazo y beso, él le pidió, acariciándole una mejilla, contemplando la expresión expectante de sus ojos:

-¿Me acompañas?

-Claro –asintió ella, preparándose, ciñéndose la gorra crochet- ¿Adónde vamos?

Snape no respondió sino hasta que se alejaron por el castillo silencioso. Al salir al aire libre quedó atrás la biblioteca y a su izquierda, el Puente Cubierto, una mole en la oscuridad. El hielo bñaba todo desde la reciente nevada.

-Existe un sitio donde podremos vernos con libertad –comentó Snape, colocándose la bufanda sobre la boca, al llegar al alto arco de entrada.

-Gran idea –opinó ella, ciñéndose los guantes-, dentro del colegio, alguna noche pueden vernos.

Ninguno pensaba en sustraerse a la vista, como si lo suyo debiera esconderse porque sí. Pensaban en cuidar la imagen de los cargos que ostentaban en Hogwarts con respecto a hablillas de alumnos y ataques que Pansy Parkinson podría hacer. Se trataba de mantener estable el ambiente del colegio, sin negarse las oportunidades de estar juntos.

-Desde aquí –indicó Snape en el arco; viento frío corría-, podemos usar magia.

Él hizo un pase y a continuación ambos aparecieron en el Círculo de Roca. El borde del Bosque Prohibido se levantaba a cientos de metros, en forma de una muralla verde nevada, oscurecida y alta bajo el cielo nuboso.

Snape la tomó de la mano, llevándola dentro del círculo de altas rocas pulidas, que a Hermione le recordaban el crómlech de Stonehenge.

Antes de ella poder preguntar qué hacían ahí, Snape hizo otro pase, que la chica desconocía y por el cual, el entorno cambió súbitamente.

O parte del entorno cambió. Rodeados por la oscuridad de las diez de la noche, el crómlech se iluminó con motas flotantes de luz dorada, que bailoteaban entre las rocas grises envueltas en una nubosidad transparente, del mismo tono claro.

-Severus, qué... -dijo Hermione, asombrada.

La noche pareció iluminarse también; pero fue una ilusión causada por el brillo de las perlas volátiles. En cambio, no fue ilusión el camino dorado que se abrió entre dos dólmenes frente a ellos: una ancha senda que en vez de dirigirse al bosque, se extendió todo recto y reemplazó a los árboles distantes con otra visión: una muralla baja y mas allá, contornos de edificaciones blancas y azules cubiertas por enredaderas floridas, que se perdían a la distancia, flanqueando el camino de arcilla que se convertía en una avenida empedrada, internándose entre edificaciones de muros dentados, con ventanas de biombos cerrados y más allá, altas torres claras de mármol encendido por luces tenues en su interior, y baluartes de elevadas terrazas, todo bajo un cielo suavemente dorado, con matices de crepúsculo. Ese cielo estaba claramente diferenciado de la noche alrededor, como si se encontraran fugazmente dos mundos, el de Hogwarts y el de esta ciudad, de la que brotaba un abanico de luz.

La expresión sorprendida de Hermione fue elocuente al preguntar:

-¿Es... un espejismo? ¿O está ahí...?

-Es real –aclaró Snape, yendo a su lado y apoyando una mano en un dolmen-. Es una ciudad mágica a la que puede accederse por las noches. Dumbledore me enseñó el conjuro poco antes del final –lo dijo con gravedad-. Me contó que su primera idea fue tener esto como reducto extremo, por donde escapar si éramos derrotados.

Hermione recorría con la mirada las construcciones, las almenas, los torreones rematados en cúpula, de una ciudad sólo visible entre el espacio de dos dólmenes, hasta que al dar unos pasos y asomar entre ellos, desapareció el campo nevado: la ciudad silenciosa con su muralla se extendía en todas direcciones.

Cuando tu mirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora