Besos de Niebla

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El viento sombrío azotó los sicomoros del Bosque, despertando latidos de plata a la Luna.

Hojas negras desprendidas de los árboles, danzaron alrededor de Hermione, que respiraba agitada, con mirada melancólica hacia la niebla que se condensaba frente a ella.

Desconocía el conjuro para hacerlo aparecer, pero con un Lumos había dicho: "¡Te convoco, Mago de Niebla...!" con el deseo más intenso de su ser, como si supiera llamar al viento del Este, o a las olas del Mar del Norte...

En respuesta, una corriente de aire se anunció, haciendo crujir la hojarasca.

Los árboles susurraron, seguidos de un hálito frío que removió lentamente el cabello de Hermione... Ella permaneció tocada por un suave dolor cuando el aire se condensó en negra niebla, frente a ella, en masa oscura que flotaba y revoloteaba.

-¿Para qué me has llamado? –se escuchó desde el centro de la sombra.

-Dímelo tú –respondió la Gryffindor, aceptando la cercanía de la presencia hechizada, porque deseaba más de ella.

La neblina se le acercó, lenta... Sus brazos rodearon a Hermione, en anillos ondulantes... Anillos de compromiso por un pacto en ciernes... Rodeada por la neblina, no escuchaba viento, aunque a través de las franjas vaporosas, los sicomoros batieron con fuerza súbita.

-Me llamas, porque pensé en ti –dijo la niebla.

Hermione veía al centro del tornado silencioso.

-¿Pensaste en mí? –preguntó, meditabunda– Yo también pensé en ti.

-¿En mí? No sé cómo eso podría ser.

-¡Cómo! –rio la castaña, entristecida, envuelta en franjas de negro vaporoso– ¡Todo el tiempo! ¡De qué manera! ¡Creo que corriste un enorme peligro al hablarme cuando nos encontramos, y más ahora, al responder a mi llamado! ¡Esa primera ocasión pudiste haberte marchado, hoy pudiste no haber venido! ¡Creo que abandonaste las en Artes Oscuras, y estás de nuestra parte!

Un brazo vaporoso pasó tras los hombros de Hermione.

-¿Cómo puedes verlo así? –preguntó la neblina, lenta– ¿Cómo sabes que no te miento?

Con esa sonrisa meditabunda, Hermione se encogió de hombros. Era sencillo de pensar, pero complicado de explicar.

-Porque siento... ¡que te veo sin barreras! –afirmó– Como si de esta manera oculta pudiera verte mejor que a la luz. Creo que en pleno día serías... impenetrable.

-Tú puedes ver en la Oscuridad –se dijo la sombra, sopesando–. Siempre lo has hecho.

Hermione recorría la neblina con la mirada, tratando de ahondar.

-¿Cómo lo sabes? –estaba intrigadísima– ¿Desde cuándo me conoces?

-Eso no importa.

Un ramo de haces brilló con luz de diamante en la niebla, formando facciones que Hermione no conocía, pero en las que intentó posar las manos, suave, para no desdibujarlas.

-Me conoces, pero, ¡yo no conozco ni tu rostro! -dijo ella, con mirada nostálgica- ¡Y al mismo tiempo, es como si te conociera por completo!

Ella, con los ojos húmedos, en la vorágine de oscuridades analizaba las facciones, buscando desentrañar el misterio. Y la Luna ardió en plata y cometas volaron en la noche cuando Hermione se preguntó, melancólica:

-¿Por qué tengo la sensación de que me enamoro de un fantasma? ¿Por qué no sales de mis pensamientos, si sólo te he visto en noches sombrías?

En sus preguntas traslucía la certeza de conocerlo, pero la respuesta estaba en lo profundo de su alma, donde se guarda lo imposible. O los ensueños.

Grimorio para tu almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora