Deseos al Mar

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En la estación del subterráneo, Hermione se sumergía en sus pensamientos.

Tirando de su maleta blanca con ruedas, se abría paso entre los viajantes, protegida con abrigo, bufanda, guantes y un ánimo extrañamente sereno.

El contraste entre el final de la guerra y la cotidianidad de los londinenses, era tan grande que Hermione no atinaba a procesarlo. La normalidad muggle, en un andén del Underground, era para la castaña un mundo donde no alcanzaba a encajar. Una esencia muy íntima de ella, ya no pertenecía aquí.

Hermione abordó el metro con aire ausente que la acompañó por estaciones, frente a los manchones borrosos a través de la ventanilla, de los usuarios en las estaciones blancas.

Y aunque sabía que no lo vería, tenía la vaga ilusión de descubrirlo en algún andén... De ver a Snape destacarse entre los usuarios, con su talante grave, de pie entre los que caminaban.

En cambio, en un túnel iluminado a tramos, solo había pasajeros que conversaban, leían The Guardian o escuchaban música en sus walkman.

Hermione sentía nostalgia al viajar por este mundo donde había nacido, como si mirara un recuerdo. Un mundo de personas ajenas a peligrosos que implicaban eternidades. Un mundo acomodado en su rutina.

Hermione suspiró. Mejor así.

Y se dijo que juzgaba egoístamente, pues los transeúntes no tenían obligación de saber lo mismo que ella. Que el estruendo donde había vivido, comparado con el rumor del metro, era un abismo que la hacía sentirse forastera. Como viajar a otro país. Como caminar después de volar.

Como no tener una pasión, ahora que estaba sin Snape.

Su boca enrojecida por el frío recordaba la presión de los labios de Snape... Percibía de nuevo lejanamente el aroma de su rostro; el sabor de su piel le ardía en los labios. El recuerdo de los firmes brazos de Snape rodeándola, la estremecían.

Pero no se le notaba, y confirmaba que había hecho bien con darse un tiempo para pensar.

Mesea atrás había acudido con Harry a retirar a sus padres el Obliviate. Y ahora, de vuelta en Londres pero con maleta, viajaba en el Underground con idea de bajar en la estación que quedaba cerca de la casa paterna y pasar ahí algunos días.

Sólo que al acercarse a Golders Green, se sintió llamada por la distancia...

Bajó una estación antes y oyendo en una bocina, un aviso al público, vio a su metro alejarse, alzando aire al entrar en otro túnel, dejándolo ir hacia el pasado...

Tomó dirección contraria y deliberadamente transbordó en repetidas ocasiones, dejando que el azar marcara su rumbo, hasta que descendió del metro y salió a la calle...

... en la estación Northolt, en el Londres Oeste, en la tarde gris.

Hermione caminó por las calles de una fina llovizna, tirando de su maleta, usando paraguas, silenciosa, un poco cabizbaja, deambulando.

Se vio en Northolt Park, y ante las edificaciones de ladrillo, los negocios comunes, las vías de tránsito tranquilo, por primera vez lejos de Hogwarts, por primera vez en mucho tiempo se sintió libre.

A diferencia de Harry y de Ron, ella había aceptado la recompensa en metálico que el Ministerio les ofreció, porque para ella significaba comprar libertad. Así que luego de presentarse como testigo judicial contra Umbridge, luego contra un Lucius Malfoy salvado in extremis por su hijo, y sin tener claro si el Tribunal la llamaría por su participación con Snape en el asalto final contra el muerto Voldemort, tenía meses por delante o poco más de un año.

Grimorio para tu almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora