Cadenas Rotas

43 5 0
                                    

Hermione pasó la tarde escribiendo a mano, acompañada por una taza de té, al lado de la ventana que daba a la calle fría y húmeda.

Afuera pasaban lentos automóviles de luces bajas y caminantes de impermeable o paraguas.

Para la castaña era agradable el rumor de una leve llovizna, dedicada a las páginas blancas donde dejaba el curso de sus pensamientos, con la infusión en la mesilla de al lado y abrigada por aquel jersey de punto grueso.

Durante las primeras semanas, la paz había sido difícil de aceptar o difícil de entender. No estar en la obligación de pensar en mil y un urgencias, no tener miedo, ni preocupaciones. Habituarse a dormir tranquila, a no sobresaltarse, ni temer por sí misma, ni por los demás. Extraño y placentero era ver un cielo nuboso y saber que nunca más aparecería en él, la Marca Tenebrosa.

Hermione hizo una pausa. No tenía noticias de Hogwarts y en estos días había sido mejor así, dedicada a vivir y reencontrarse.

Abrió su bolso y sacó una cajetilla de cigarrillos. Cerrada, la pasó por su mano. Aquel elemento de un mundo distante había sido parte de lo que le llamara la atención en semanas pasadas. La compró de salida en el supermercado, sin poner mucha atención. Era mucho lo que desconocía, incluso del mundo muggle, y había saciado su curiosidad, por ejemplo, al ver televisión por varias horas, llamar por teléfono, usar paraguas, leer noticias de cine, beber una copa de vino.

Tiró la cajetilla al cesto de la basura y bebió un sorbo de té.

Volvió a escribir, acompañada por la vela en el marco de la ventana, que ardió suavemente hasta que se hizo de noche.

Aprovechó para levantarse y dedicarse a sí misma, poniendo música en el reproductor de CD y dándose un prolongado baño de tina, en el blanco cuarto de aseo, con pequeña ventana opaca. Y para probar otra cosa que no había hecho, añadió flores aromáticas que flotaron en el agua caliente.

No supo por qué lo hacía, pero dedicó tiempo a secarse y peinarse frente al espejo del tocador en su habitación, dejando vagar sus pensamientos. Se perfumó y vistió con una blusa, falda y zapatos bajos.

Cuando salió, la noche llenaba las ventanas.

Y en el sillón que ella ocupaba, estaba sentado Severus Snape.

En sombra cerca de la ventana que dejaba ver las casas de enfrente y las farolas encendidas de la calle.

Hermione no se sobresaltó.

-¿Cómo diste con este apartamento? –preguntó.

Snape dejó pasar un segundo, con una mano en el mentón, contemplándola.

-Seguí tu luz encendida -respondió.

Ella se dio cuenta que, además del cuidado de sí misma, se había arreglado y Snape llegado a la hora justa, como para una cita.

¿Era que una parte interna de cada uno, supo que se verían esta noche?

La calidez contrastaba con la ventana grisácea y la lluvia afuera, donde brillaban en perlas, los faroles de las calles.

Snape se levantó.

-¿Podemos hablar? –quiso saber él, con voz suave.

-Antes yo debo decirte algo.

Él asintió.

-Por supuesto.

-Si tú quieres olvidarme, dímelo –aceptó Hermione-. Y entonces te vas tú, o me voy yo, y cada cual sigue su camino. No necesitamos largos discursos de despedida.

Grimorio para tu almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora