Susurros de Aquelarre

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La llamarada se encendió con un rugido en el claro del bosque, elevándose al centro de la congregación que se reunía entre los altos dólmenes repartidos en la espesura.

El fuego se elevó, ancho, arrojando su luz sobre los celebrantes, magos y brujas vestidos de negro, de terciopelo de colores encendidos, usando máscaras, colgajos, guantes, ropa de encaje, junto a otros vestidos con pieles de animales y usando máscaras de cara de cuervo o de carneros, por cuyos cuernos se conocían como los Astados.

-Unos vienen de nuestro mundo y otros pertenecen a este bosque –explicó Snape a una interesadísima Hermione-, pero todos forman parte de las Artes Oscuras.

Varias brujas llevaban coronas de flores, mientras que otras, montadas en escobas sobrevolaban a la congregación usando ropajes que parecían largos y densos jirones negros.

Snape contempló el rostro asombrado de Hermione, avivado por la luz del fuego de la hoguera central, que revelaba a los que se reunían, algunos llevando grandes calderos, saliendo del círculo de árboles que los cobijaban.

-Esto no es Hogwarts en absoluto –comentó ella.

Snape se alejó de ella, dando pasos atrás para seguirla viendo, mientras inició una melodía festiva, pero intensa y oscura.

-En efecto, no –explicó él-. Esto es la magia original. Así empezó, en la naturaleza, desenfrenada, pasional, antes de los colegios civilizados y los Ministerios falsos. Antes de las mentiras.

Ella iba a preguntarle dónde iba, cuando la música subió de tono, estallando en panderetas, flautas y tambores a ritmo rápido, celebrada por los gritos de la concurrencia, que se dio a bailar en un caos de atuendos y de rostros pintados en rojo y negro.

Varias brujas de grandes sombreros volaban sobre el Aquelarre, en sombras nocturnas bajo las estrellas del cielo sin nubes.

Hileras de danzantes recorrían el claro, contorsionándose a la luz del fuego. Alguien empujó levemente a Hermione, otro choque la hizo girar sobre sí y sintió que le colocaban en las sienes, una corona de flores azules.

Hermione deambuló. Nadie atendía a su atuendo, extraño siendo el uniforme de Hogwarts para los ropajes dominantes.

A la orilla de los árboles, varios amantes se besaban y acariciaban abiertamente.

La voz de Snape llamó su atención. Él hablaba en un podio, rodeado de brujas y magos que lo aplaudían.

-¡Nada importa, todo pasa, nada queda! –aseguró él- ¡Sólo importa lo que haces hoy!

El grupo que rodeaba a Snape asentía, saltaba, cuando él añadió:

-No estás completo si no abrazas tu Oscuridad. Sólo quien conoce la Noche entiende el Día. ¿Sientes pasión? ¡No la escondas pensando que es correcto callarla! ¡Vívela!

Snape bajó del podio entre vítores de magos y brujas vestidos de ropajes de tela negra o de pieles de animales, ocultos con extrañas máscaras de huesos, de caras feroces de animales o con los rostros pintados en negro y rojo. Así que esto eran las Artes Oscuras, se dijo, Hermione. Las AO primigenias, antes de Hogwarts y de Riddle.

Aquí Snape se encontraba en su elemento. Podía ser más él. La miró desde lejos, por encima de los celebrantes, con sus ojos intensos y cuando ella pensó en lo que podría ocurrir, viendo cómo varios celebrantes se acariciaban, la movió de pies a cabeza.

Snape caminaba entre los oscuros magos como si impartiera bendiciones o pases mágicos, con los brazos extendidos hacia quienes le estrechaban las manos conforme avanzaba.

Grimorio para tu almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora