Besos en Cielo Negro

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Hermione y Snape se besaban, en el lecho de la Torre, cara a cara, bocabajo, con los codos en la cama, acariciándose los labios, las comisuras, con incitantes roces.

Hermione cerraba los ojos, entreabriendo los labios, que Snape besaba, enardecido con la boca de grácil dibujo... Ella aspiraba el discreto aroma a lavanda del profesor, sintiendo sus labios delgados, firmes, que la besaban en forma dominante, pero suave.

Era inaudito para lo que ella era hasta la fecha, pero le agradaba y no le era difícil dejarse ser. Le había faltado estar con alguien con quien pudiera expresar lo que ya era. Como besarse así, en un lecho, desnudos, pues Hermione no llevaba nada bajo una larga bata de terciopelo negro, y él apenas llevaba ropa interior bajo la camisa desabrochada. Al besarse, percibían el aroma de su piel, de deseo.

Hermione giró, colocándose bocarriba, y Snape, su amante, ladeó un poco la cara para seguir besándola... Ambos notaban sus labios calientes, húmedos por las repetidas caricias, que les hacían desear acariciarse cada vez más.

Él la besaba, cerrando los ojos, perdido en la calidez de sus labios, y la observó cuando se acariciaron la lengua con toques y círculos lentos, explorándose... Snape se fascinaba con el perfume de Hermione, con su piel, sus ojos cerrados y el marco de los rizos para sus labios entreabiertos, donde asomaba su lengua húmeda tocando la suya. En el bosque se habían tenido y acariciado hasta antes al amanecer, pero al regresar, el fuego continuaba encendido.

Snape le abrió la bata, cargándola por la cintura y llevándola hasta el centro de la ancha cama. Hermione lo dejó hacer, sonriendo levemente cuando él le colocó almohadones bajo la cintura... Ella separó las piernas a los costados de él y Snape, acariciando la piel tersa de las caderas de Hermione, se dejó deslizar, por encima, entre los labios rosas, calientes y húmedos.

Ella asintió y Snape bajando un poco, se hizo adelante.

Tocar el centro de tu corazón. La flecha, tensa, se abrió paso en el umbral del misterio de Hermione, atravesando la puerta, paso a paso, vigorosamente, envolviéndose en el licor de su secreto.

El rostro de Hermione enrojeció, cerrando los ojos con fuerza y hundiendo el rostro en el almohadón, conforme Snape ingresaba, lento, pero implacable.

-¡Ah...! –a la castaña se le escapó un gemido, quebrado, y apoyó las manos en el ancho torso de Snape sobre ella.

Ella le hincó los dedos en los fuertes brazos, jadeando al sentirlo avanzar y él, con las manos en el lecho, inclinado hacia Hermione, vibraba, pero preguntó, como si temiera ser egoísta con su placer:

-¿Fui... brusco...?

-No... –ella negó lenta con la cabeza, jadeando– No... Ven...

Snape continuó, sintiendo el cuerpo entero estallar cuando ocupaba el cuerpo de Hermione, abriendo las alas de su intimidad.

-Te... amo... -le susurró al oído, temblando - Hermione, cuando te tengo... me entrego... A ti....

-¡Yo también te amo...! –susurró ella, con leve aire de sollozo– ¡Todo me habla de ti...!

Snape llegó al final en el cuerpo de Hermione, y besándose desaforadamente se desataron y se tuvieron uno al otro, alejándose y encontrándose con fuerza, apretándose como para fundirse en el cuerpo del otro, envueltos en ramalazos de placer que aumentaban, hasta que Hermione apoyó la frente en un hombro de él, enterrándole las uñas en la espalda, gritando, y Snape con rugidos la rodeó con un brazo y la sostuvo de la cabeza con la otra mano, para que ella no chocara demasiado contra la cama, porque los movimientos eran fuertes, exigentes, mientras llegaban al clímax al mismo tiempo.

Grimorio para tu almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora