Capítulo 27: Momentos felices

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Joel

Un parpadeo. O quizás fue incluso menos. Lo que sí sé es que ese fue el tiempo en el que tardó Nolam en aparecerse de nuevo ante mí. No había nadie en la silla giratoria frente al ordenador en movimiento y de pronto estaba él. Sonreí como nunca, me daba igual lo bobalicona que esta fuera.

―¡Ya te puedo ver! ¡Lo has conseguido! ―exclamé lleno de felicidad.

Inmediatamente fui con rapidez hacia él y le abracé con fuerza. Parecía que hubiera hecho más tiempo que no lo veía cuando no hacían ni doce horas. Pensar en eso me hizo interrumpir el abrazo con brusquedad, me había dado cuenta de algo muy importante.

―Mierda, voy a llegar tarde al trabajo.

No necesitaba mirar la hora para saber que no llegaría a tiempo. De pronto me bloqueé un momento, no sabía qué hacer. ¿Qué excusa pondría? No quería parecer un irresponsable ni mucho menos serlo.

―Aún te da tiempo. Dúchate rápido y en un chasquido de dedos te mando al trabajo. No sería la primera vez y seguro que tampoco será la última.

―Pero...

―Si te entretienes ni siquiera yo podré hacer nada, así que corre.

―Ya has usado mucho poder, entre ayer y hoy... ―dije pensativo.

Estaba poco convencido con su propuesta.

―En cuanto te vayas me piro a dormir. No he podido esta noche apenas, así que créeme, voy a pasar toda la mañana durmiendo.

―¿Por qué no has dormido? ―pregunté preocupado nada más enterarme.

―Eso no importa, ahora ve a ducharte, hombre, que a este paso llegas a la hora en la que acaba tu jornada...

Asentí y me di una ducha rápida. Gracias a Nolam, nuevamente, pude llegar justo a tiempo a trabajar. Me había vuelto a salvar, aunque aquel día tenía una buena excusa de haber llegado tarde. Sin embargo, no era una que pudiera contar a cualquiera.

No recuerdo si el tiempo se me pasó volando o demasiado lento. Quizás sentía ambas cosas en diferentes momentos del día. Solo sé que cada vez que se acercaba la hora de terminar, el cosquilleo que se formaba en mi estómago era cada vez mayor. Tenía muchas ganas de verle. El creer que ya no le podría ver más había formado un gran nudo en mi interior, sin embargo, todo había salido genial.

Cuando llegué a casa se encontraba ya levantado. Estaba en la cocina preparando, a mano, un suculento almuerzo para dos. Me quedé mirándole fijamente con la cabeza apoyada en el marco de la puerta.

―¡Joder! ¡Qué susto! ―exclamó al girarse y verme allí.

Por un instante nuestra comida estuvo a punto de acabar en el suelo, sin embargo, y sin magia de por medio, pudo reaccionar a tiempo y evitar un gran estropicio.

―¿Por qué eres tan sigiloso?

―No se trata de sigilo, solo que estabas tan concentrado haciendo la comida que no quería interrumpirte ―le respondí con una tonta sonrisa.

―Pues esa falta de interrupción ha estado a punto de poner en peligro la supervivencia de nuestros estómagos ―bromeó.

Durante el almuerzo, nos estuvimos poniendo al día contándonos lo que habíamos hecho aquella mañana. Por su parte, había sido bastante escueto, ya que en su mayoría la había pasado durmiendo. En mi caso le conté los vaivenes de mi trabajo y mis ganas de que algún día me ampliaran el contrato, tanto en duración como en tiempo diario, lo que implicaría también un aumento en mi sueldo.

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