Nolam
Había tenido una tarde bastante larga y ajetreada y, sinceramente, nada fácil.
―¿Entonces nos despedimos aquí? ―me preguntó ella con mirada triste.
Estábamos sentados en un banco solitario, con la única compañía de una farola que a veces titubeaba.
―Lo siento, son las reglas, si por mí fuera...―Suspiré apenado.
―No entiendo como ninguna de mis parejas asignadas ha sido la idónea. Hoy ha sido un desastre y ver al pobre chico triste cuando le he dicho que ya no le vería más... Aunque te agradezco haber estado ahí.
―Es mi trabajo. ―Sonreí con pesar.
―Ya.... Y ahora será el mío, por eso estamos aquí.
―Son las reglas...―Volví a suspirar―. Pero seguro que te va a ir genial y encontrarán a su pareja ideal.
―¿Tú también acabaste en esto así? ―quiso saber.
―Ya conoces las reglas, no puedo hablar nada de mí, ni aunque ya no vaya a ser tu cupido personal. Y debes de aplicarlo para ti, ¿eh?
―Ya... ¿Sabes? Me quedaré con la intriga de saber cómo te llamas.
―Ni por asomo les digas tu nombre a tus clientes ―le advertí alzando el dedo índice.
―No, no. ―Negó rápidamente―. Tranquilo, voy a ser una buena cupido personal, lo aseguro.
―Me alegro ―dije tendiéndole un teléfono―. Este es tu teléfono profesional. ¿Has inventado algo para tu familia?
―Sí, todo lo tengo hecho ya, no te preocupes.
Cuando volví a casa lo hice teniendo ganas de tirarme en mi cama y dormir horas y horas sin parar. Entonces me di cuenta de algo: ese día venía el nuevo inquilino. Eso implicaba algo: decirle adiós a las comodidades en mi casa, al menos si no quería que otro más se fuera huyendo del piso alegando que hubiera fantasmas o que pasaban cosas paranormales. Tendría que cambiar la cama por el sofá y entrar al baño y la cocina cuando él durmiese o estuviera fuera. Al menos sabía que tenía trabajo por las mañanas, algo que al menos jugaba a mi favor.
Al llegar me topé con un chico en la cocina bailando sin ritmo alguno pero feliz, concentrado con su música. Sonreí y no pude evitar imitar sus movimientos para buscarle un sentido a estos, y la verdad, para divertirme un poco. Todo iba bien hasta que se dio la vuelta y me vio. Me vio. Algo que no tenía lógica. Mi contrato aún no había terminado, ¿cómo podía verme? Pero todo eso se aclaró en mi mente al darme cuenta de que la única manera era siendo un nuevo cliente. El pobre me tomó por un ladrón. ¡Y no era para menos!
―¿Cómo puede ser tu casa? ―preguntó desconcertado―. ¿Tú eres Nolan?
―Sí, yo soy Nolam, el dueño de este piso, y tú Joel, quien lo ha alquilado.
El chico bajó la paleta mientras me miraba atónito.
―No entiendo nada... ―dijo extrañado―. ¿Desde cuándo una aplicación...?
No pude evitar reírme levemente.
―No te preocupes, Joel. Lo único que ha pasado aquí es que nos hemos conocido antes de tiempo, y que, por lo que veo, no leíste la letra pequeña al apuntarte a la aplicación.
―Pero cupido no existe, ni viste traje de chaqueta ―arrugó el entrecejo.
―Ajá. No deja de ser una empresa, este es nuestro uniforme. ―Me señalé el traje―. Pero no soy cupido como tal, sino que este es mi trabajo.
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Tu cupido personal
Teen FictionUna serie de absurdas desdichas unieron a Joel y Nolam. Al primero, el aburrimiento le hizo instalar una aplicación de citas para encontrar el amor, lo que provocaría en su vida un giro radical. El segundo trabajaba allí y nunca había incumplido las...