Prólogo

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Busan, sábado, 11 de marzo, 23:45 horas.

—Hyo Rin.

Era un susurro apenas perceptible, pero lo oyó.

«No.» Min Hyo Rin cerró los ojos con fuerza y apretó la cabeza contra la almohada, cuya suavidad parecía un insulto a la rigidez de su tenso cuerpo. Clavó los dedos en las sábanas y las retorció hasta hacer una mueca de dolor. «Otra vez no.» Un sollozo salió de su garganta, incontrolable y desesperado. «Por favor, no puedo volver a hacerlo.»

—Vete —musitó con aspereza—. Por favor, vete y déjame en paz.

Sin embargo, sabía que estaba hablando sola. Si abría los ojos no vería nada excepto la oscuridad de su dormitorio. Allí no había nadie. Aun así, el espantoso susurro la mortificaba desde hacía semanas. Cada noche se acostaba... y aguardaba, aguardaba la voz que era su peor pesadilla. Algunas noches se dejaba oír; otras, acostada en la cama, nerviosa, Hyo Rin se limitaba a esperarla. Eran el viento y las sombras. No era nada.

Pero era real. Sabía que era real.

—¿Hyo Rin? Ayúdame. —Era la voz de una niña que pedía cobijo en plena noche. Una pequeña asustada, que estaba muerta.

«Está muerta, sé que está muerta.» Llevaba lirios a la tumba de Hee Jin cada domingo. Hee Jin estaba muerta.

Sin embargo, allí la tenía. «Viene a por mí.» Buscó a tientas el bote en la mesilla de noche y se tomó dos píldoras sin agua. «Vete. Por favor, vete.»

—¿Hyo Rin?

Era real, muy real. «Ayúdame. Dios mío, por favor. Voy a perder la cabeza.»

—¿Por qué lo hiciste? —El susurro se volvió más quedo—. Necesito saber por qué.

¿Por qué? Hyo Rin no sabía por qué. Mierda, no lo sabía. Se dio la vuelta y enterró el rostro en la almohada mientras encogía el cuerpo para ocupar el menor espacio posible. Contuvo la respiración y aguardó.

Silencio. Hee Jin se había ido. Hyo Rin se atrevió a respirar de nuevo, pero enseguida se incorporó de un salto al notar aquel olor que lo invadía todo. Eran lirios. «No.» Retrocedió sin poder apartar la vista de la almohada, de la cual asomaba un único lirio.

—Tendrías que haber muerto tú, Hyo Rin. —Ahora el susurro era más áspero—. Tendría que ser yo quien llevara lirios a tu tumba.

Hyo Rin respiró hondo. Se obligó a repetirse lo que su psiquiatra le había recomendado que dijera cuando estuviera asustada:

No es real. Esto no es real.

—Sí que es real, Hyo Rin. Yo soy real. —Hee Jin ya no era una niña. Ahora la voz correspondía a la de una adulta furiosa. «Fui una cobarde.»

—Aquella vez huiste, Hyo Rin. Te escondiste. Pero no volverás a esconderte. Nunca, nunca más me dejarás sola.

Hyo Rin retrocedió poco a poco hasta topar con la puerta del dormitorio. Cerró los ojos con fuerza a la vez que tomaba la manilla, cuya rigidez y materialidad le resultaban tranquilizadoras.

—No eres real, no lo eres.

—Tendrías que haber muerto tú, Hyo Rin. ¿Por qué me abandonaste? ¿Por qué me dejaste con él? ¿Cómo fuiste capaz de hacerlo? Decías que me querías, pero me dejaste allí, con él. Nunca me quisiste. —Un sollozo hizo temblar la voz de Hee Jin y las lágrimas anegaron los ojos de Hyo Rin.

—No es cierto. Yo te quería —musitó desesperada—. Te quería mucho.

—Nunca me quisiste. —Ahora Hee Jin volvía a ser una niña, una niña inocente—. Me hizo daño, Hyo Rin, y tú se lo permitiste. Le permitiste que me hiciera daño... una y otra vez. ¿Por qué?

No puedes huir de miDonde viven las historias. Descúbrelo ahora