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Días después, nos encontrábamos en la misma banca en el parque. Ella estaba sentada, contándome cómo se veía todo, y yo a su lado, escuchándola con atención, o al menos eso intentaba.

Durante estos días, debo admitir que me he divertido mucho. Catra es una persona muy fascinante y extrovertida. Siempre está haciéndome reír con algún comentario o sonreír por la forma tan divertida en la que cuenta las cosas.

Siempre trae unas galletas y acostumbramos a compartirlas. Claro está que yo le había pedido a mi madre que me comprara algunas cosas para compartir también; no quería quedar como una aprovechada o mal educada. Así que traía algunas papas o algo así, y compartíamos eso también.

Sobre mi madre, ya había resuelto el problema con ella y me disculpé por tomarlo de esa forma. Sabía que ella solo se preocupaba por mí y quería lo mejor. Claro que ella también se disculpó, y todo acabó con una deliciosa cena familiar en el restaurante italiano de la ciudad.

Hablamos un poco, y no sé cómo, llegamos al tema de las cosas que habíamos hecho durante toda nuestra vida. Me enteré de que ella había terminado la escuela secundaria igual que yo y ahora se preparaba para ir a la universidad a estudiar psicología. Había asistido a clases particulares de canto, y en sus tiempos libres le gustaba presentarse en la cafetería de su tío en el centro de la ciudad. Yo le conté cómo aprendí a caminar por mi casa sin la necesidad de un bastón y cómo logré terminar la escuela resistiendo todas las atrocidades que muchos alumnos hacían en mi contra.

Ella pareció meditar después de terminar mis
relatos durante unos segundos, cuando sentí como
sujetó mi mano con fuerza y me hizo levantar del
lugar, pasándome el bastón.

–¿A dónde vamos? -pregunté.

–Por ahí. Voy a mostrarte las maravillas del
parque.

–Pero no puedo ver, Catra -le recordé, como si a
ella se le hubiese olvidado por completo mi estado.

–Lo sé.

–¿Entonces?

–Ya lo verás.

Y sin decir nada más, se aferró de nuevo a mi mano
y me guió por el parque.

–¿Dónde estamos? -le pregunté, cuando el
silencio y la calma nos invadieron lo completo. Y
habría olvidado que ella estaba a mi lado, de no ser
por el suave tacto de su mano sobre la mía
recordándomelo.

Ya no se escuchaba el sonido de los patos al graznar ni el sonido del agua cuando chapoteaban sobre ella. Ahora solo se oían las hojas de los árboles chocando entre sí y un profundo silencio de fondo.

Catra rió y me guió unos pasos adelante. Cuando empecé a escuchar el crujir de las hojas y la tierra bajo mis zapatos, supe que ya no estábamos dentro de la senda peatonal.

–¿Me vas a secuestrar? -bromeé, toqueteando el
suelo con mi bastón para asegurarme de donde
pisar bien.

–De hecho, ya lo hice. Ahora eres mi prisionera, Adora -pude distinguir el tono juguetón en su
voz, así que supe que me estaba siguiendo el juego.

No hice más que reír, y ambas nos detuvimos.

–¿Ya llegamos? Hemos estado recorriendo todo el
parque, así que si me dices que es otra parada juro
que me tiro al suelo y no podrás levantarme.

Desde que nos levantamos hace media hora, ella me llevó a distintos lugares en el parque.

Primero, fuimos a la cancha de fútbol al lado del lago donde solíamos sentarnos. Me explicó brevemente sobre el lugar. Luego, habló con niños y me permitió patear un balón por primera vez.

Eyes | Catradora Adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora