Primer contacto

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Supe que todo estaba jodido tras mi primer encuentro con el comandante Julián Cantú; en ese momento estaba lejos de imaginar que nuestros destinos estarían entrelazados por siempre. Descubrí entonces al asesino nato que yacía dentro de mí. Los genes no mienten y el impulso de cometer crímenes violentos pronto se hizo presente.

Comencé mi carrera en las calles a los doce años. Vivía en los barrios marginales más peligrosos de la ciudad. Me resultaba fácil acercarme a la gente por mi condición de niño. El metro era mi lugar preferido, ahí podía encontrar más víctimas distraídas a las que despojaba de sus pertenencias con facilidad. Estar dotado con un par de brazos más largos de lo usual me brindaba una habilidad extra así que casi nunca se percataban de lo sucedido hasta que me encontraba ya muy lejos.

Por lo general me acercaba a las mujeres, si llegaban a descubrirme me era más sencillo lograr chantajearlas con el cuento que mi hermana me esperaba hambrienta en casa y me dejaban escapar. Y no mentía. Mariela dependía de mí, tenía cinco años por lo que no podía llevarla conmigo.

Cuando vivíamos con mi madre tuve la oportunidad de asistir cinco años a la escuela. Anselmo, un hombre con el que mi mamá se había involucrado nos visitaba con frecuencia. Él fue quien la inició en el negocio de las calles donde ofrecía sus servicios. Pese a mi corta edad lograba darme cuenta de lo que sucedía, sin embargo, jamás escuchó un reproche de mi parte. Ella nos abandonó cuando mi hermana tenía tres años; un día salió a trabajar y jamás volvió, Mariela apenas la recordaba.

Carmina nos dejaba dormir en el cuarto de servicio de la vecindad donde vivía. Ahí mi hermana permanecía todo el día. En ocasiones, Carmina la llevaba a su casa para dejarla ver televisión y distraerla un rato mientras yo llegaba. Cuando no lograba conseguir dinero también era ella la que nos alimentaba. Mariela era todo lo que yo tenía y la adoraba.

Al quedarnos solos me vi forzado a conseguir dinero a como diera lugar. Mariela estaba muy pequeña y tenía la obligación de protegerla, así que me acerqué a Nicolás. En la vecindad tenía fama de carterista y sabía que a su lado podría aprender muy bien el oficio.

No tardé en volverme experto en la materia así que decidí lanzarme a las calles sin su ayuda. Al principio no me iba nada bien, pero con el paso del tiempo logré perfeccionar mi técnica con lo que casi siempre sacaba un poco de dinero.

Una noche no había conseguido acertar un golpe; caminaba por las calles esperando la oportunidad de que algo cayera. Al doblar la esquina advertí a un tipo que venía caminando directo hacia mí. Era custodiado por tres hombres por lo que deduje que debía tratarse de alguien importante. Confiando demasiado en mis habilidades como carterista, decidí acercarme hasta él pensando que, con seguridad, traería suficiente dinero en los bolsillos.

Apenas había logrado colocarme a un constado suyo cuando uno de sus guardaespaldas me tomó con firmeza por el brazo dándome un jalón para apartarme de él. Tenía la mano en el aire dispuesto a estamparla contra mí cuando a una voz, su jefe le ordenó que me soltara.

—¡Déjalo, Armani!

—Comandante, estaba a punto de robarte la cartera —alegó el tipo.

—¿No te das cuenta? Es un niño —insistió.

Me soltó de mala gana siguiendo las instrucciones de su patrón. Mientras me sobaba el brazo el comandante me interrogó acerca de lo que estuve a punto de hacer con él, por lo que, entendiendo que era probable que me denunciara ante las autoridades, le confesé que esa era una actividad que solía efectuar para lograr sobrevivir, esperaba que mi fechoría fuera perdonada.

Sabía que no tendría sentido mentir, de seguro a un hombre con sus características no le sería difícil descubrir mi embuste.

—¿Cómo te llamas? —preguntó con brusquedad.

Sobreviviendo a tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora