Calculando riesgos

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Sentado frente a Julián Cantú en una escena que me parecía familiar, terminaba de relatarle lo ocurrido la noche anterior. Nevada se encontraba con nosotros como testigo de lo que describía interviniendo en los detalles a los que yo no había tenido acceso.

—¡Es inadmisible que haya vuelto a suceder! No sé qué me sorprende más —gritó dirigiéndose a mí—. Que no seas capaz de controlar a tu hija, o el estar rodeado de un grupo de imbéciles. No han aprendido de sus errores. Su único trabajo es proteger la caverna y no han podido cumplir con su cometido.

—¡No, comandante, no! —contesté convencido—. Te aseguro que tu servicio de seguridad, no ha cometido ningún error.

—Y entonces puedes decirme. ¿Cómo se fugó esta vez?

—Estoy seguro que alguien interno la ayudó a escapar.

—¡El centinela, por supuesto! Si como dices le diste a Franz una cantidad de dinero tan considerable, es fácil suponer que han logrado sobornarlo con una buena suma.

—No. Estoy seguro que se trata de alguien más.

—Si es así, ¿cómo te explicas la desaparición del centinela? No hay duda, él fue su cómplice, te aseguro que no le volveremos a ver ni el rastro.

—Nadie lo vio salir. Me niego a pensar que ese hombre haya tenido los suficientes pantalones para cometer un acto de traición. Esto tiene un trasfondo mucho más sombrío.

—Sé muy bien por donde vas. No serás tú quien imponga mis sentencias. Si estás insinuando que fue Armani, te sugiero que no recorras ese sendero. Ya tuvimos una plática al respecto, y al menos que tengas pruebas para sostenerlo, debo exigirte que te retractes.

Por supuesto que no contaba con ninguna prueba de lo que afirmaba. Luciana se había negado a hablar sin importar los muchos intentos que hice para conseguirlo. No obstante, no existía poder sobre esta tierra capaz de quitarme de la cabeza la idea de que Armani patrocinaba sus transgresiones.

En ese momento, recordé la plática con Darío que había tenido lugar semanas atrás, en ella me aseguraba que debía permanecer atento si no deseaba verme sorprendido de nueva cuenta. Comprendí entonces que quizá Darío había logrado ser testigo de los encuentros entre Luciana y Armani, de ser así, estaba lo bastante cerca de atraparlo en una de sus tantas trastadas.

—¿Por qué no me informaron anoche sobre lo que sucedía?

—¿Delante de Urriaga y tus socios del norte? ¡Hubiera sido una locura!

—Tienes razón, a esta hora, todos mis adversarios estarían al tanto que el más despiadado de mis sicarios, es gobernado por una escuincla —lanzó ante mi evidente molestia—. ¿Cómo es posible que no puedas obligarla a hablar?

—No la conoces. Es una fiera, desafiante y combativa.

—Debería contratarla —se burló.

—No bromees. Me estrello contra una muralla tratando de doblegarla.

—Deberías considerar la conveniencia de tenerla a tu lado. ¿Qué harás ahora? ¿Rodearás el bungalow de barrotes?

—Preferiría no abordar ese tema.

—No lo hagamos. Lo que sí te voy a exigir, es que le pongas un freno a esa hembra, o terminará por derrumbar la mitad de la caverna. Contrólala, Leonel. ¡No puede ser tan complicado!

—Quizá tengas razón. Hoy mismo le pondré una solución.

—¿Y su novio?

—Nada aún.

Sobreviviendo a tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora