La muerte del sicario

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Reaccioné en medio del infierno de Dante con todos mis temores materializándose ante mis ojos. Tenía los brazos y piernas atados a una silla con una gruesa soga inmovilizando mi toso contra el respaldo.

—¡Qué susto me diste! —dijo Armani de manera dramática llevándose la mano al pecho—. Me alegra que despiertes, por un momento pensé que se me había ido la mano matándote antes de tiempo.

Se encontraba a espaldas de Luciana amagándola con su revolver. Analizaba mis posibilidades comprendiendo que en esas condiciones poco podría lograr, así que traté de negociar.

—Yo soy tu objetivo, Armani. Suelta a Luciana y arreglemos esto como hombres.

—No estás en posición de solicitar nada, ¿no te das cuenta? Te tengo en mis manos como siempre quise.

—Lo siento tanto, Leonel —decía Luciana afligida—. Me trajo a la caverna haciéndome creer que Darío había muerto y que tú te encontrabas herido.

—Tranquilízate, no le demuestres temor. Todo saldrá bien.

—¡Ay, Leonel! ¿En verdad quieres que lo último que escuche de ti sean tus mentiras? —dijo Armani empuñando una navaja.

—Concéntrate en mí y deja libre a Luciana.

—Basta ya de este estúpido diálogo, ahora los dos van a escucharme. Mi hermosa Luciana —dijo apuntándole con el arma—, debes saber que todo este tiempo he estado manipulándote, te llenaba la mente de basura para que odiaras a Leonel. Yo soy el asesino de tu madre; la pobre prostituta no lo vio venir y hubiera acabado contigo también de no ser porque el sentimental leoncito se interpuso en mi camino. ¡El muy imbécil!

—Eres un desgraciado infeliz —contestó frenética.

—No lo escuches, Luciana —le pedí.

—Y tu mi querido Leonel, debes saber que soy el responsable de toda la mierda que ha caído sobre ti. No imaginas cuánto me divertí haciéndote creer que me estaba cogiendo a tu mujer.

—Termina con este juego, Armani. Solo somos tú y yo, como siempre has querido.

—No te precipites, ahora viene lo mejor. ¿Recuerdas a la pequeña Mariela? Fui yo quien se encargó de ella, terminé con su vida en esa mugrosa vecindad donde la tenías confinada. Me tomé mi tiempo para torturarla de mil maneras; te hubiera encantado escuchar cómo lloró suplicando con su vocecita inocente que no la lastimara. Fue tan fácil acabar con ella. Debiste ver la manera en que aplasté su pequeña cabecita con mis propias manos. Jamás había disfrutado tanto asesinando a alguien.

Me sacudía frenético intentando liberarme gruñendo de dolor al escuchar cada palabra.

—Suéltame hijo de perra, desátame y veamos si eres tan valiente en igualdad de circunstancias.

—No puedes tocarme, mi estúpido hermanito te haría pedazos.

—Ya nada me importa. ¡Enfréntate a mi infeliz mal nacido!

—Lo lamento, pero ahora voy a encargarme de nuestra Lucianita. Me la cogeré con tal violencia que sus gritos llegarán hasta el fin del mundo y después emplearé todo mi talento para desfigurarla tanto que nadie podrá reconocerla —dijo mientras le rozaba el rostro con la punta de la navaja.

—Deja que se vaya, Armani. Ella no tiene nada que ver en todo esto.

—Si te portas bien te prometo que al final te dejaré admirar mi obra de arte antes de acabar contigo —aseguraba con un tono que no dejaba lugar a dudas que había perdido la razón—. Es curioso, con esta misma navaja puse fin a la vida de tu hermana, y ahora la usaré para acabar con tu mujer.

Sobreviviendo a tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora