Epílogo

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El festival de Londres estaba a punto de iniciar, las puertas permanecían abiertas debido a la multitud que para esas horas se congregaba en el auditorio. Las siluetas de los músicos sobre el entarimado se vieron bañadas con una luz color ocre tan pronto comenzaron a tocar.

Entonces advertí la figura de Luciana apoderándose del escenario. Lejos habían quedado aquellos días cuando la observaba desde la penumbra imposibilitado a acercarme con el fin de mantenerla a salvo. Si bien era cierto que los tiempos del cartel de Julián Cantú habían llegado a su fin, jamás se pudo comprobar su muerte al no contar con un cuerpo que así lo certificara.

Mis días como miembro de la organización de Cantú habían terminado dando paso al mercenario que residía dentro de mí. Ahora cualquier persona con el dinero suficiente para pagar por mis servicios podía considerar que obtendría un trabajo bien ejecutado, sin ruido, sin testigos, sin nadie que pudiera relacionarlo con el crimen.

El insomnio se había convertido en algo habitual desde la caída de la caverna hacía ya seis años. Poco después de que nos internamos en Guatemala, la DEA tomó lo que quedaba de ella, de esa antigua hacienda que alguna vez fue la guarida más imponente del cartel de Julián Cantú solo quedaron ruinas, los días de máximo esplendor eran parte del pasado. Tras la supuesta muerte de su propietario, y luego de una fuerte contienda legal, el gobierno se adjudicó la propiedad del predio.

Las noticias estuvieron hablando de eso por más de cinco meses. La DEA se encargó de encabezar una encarnecida cacería contra los prófugos hasta darles muerte desmantelando así el más poderoso imperio del crimen jamás antes visto.

Lograr escapar de los sicarios fue un poco complicado. Debo decir que tuve que valerme de algunas artimañas para lograr que Luciana cruzara sola hasta Europa. La embauqué haciéndole creer que partiría en el vuelo después de ella; pese a comprobar que no había sido así, siguió mis indicaciones al pie de la letra. Buscó a Alina quien valiéndose de sus millones hizo todo cuanto estuvo en sus manos para mantenerla a salvo.

Yo permanecí seis meses más en Costa Rica. Me vi obligado a llegar hasta ahí seguido por mis adversarios, y hubieran logrado su objetivo de no ser por un tiro de suerte que me llevó hasta una vieja conocida, aquella prostituta brasileña que años atrás había sido agredida por Armani en la caverna. Resulta que sus actividades clandestinas la tenían trabajando en un burdel de la ciudad, al verme me reconoció casi de inmediato y no dudo un instante en brindarme su apoyo. Permanecí oculto en el motel donde ella vivía por casi tres meses, hasta que estuve seguro que las cosas se habían relajado.

Año y medio después de nuestra huida me reuní con Luciana en Londres; hacerla entender mis motivos para enviarla lejos fue aún más difícil que intentar sobrevivir. No tengo qué decir que lograr que me perdonara fue la más complicada de mis misiones. Más veces de las que recuerdo tuve que rogar porque me fuera concedido el indulto. No es difícil imaginar que nuestros encuentros estuvieron plagados de contiendas irrefrenables que, por supuesto, la mayoría de las veces solucionábamos entre las sábanas.

Cuando el concierto terminó los aplausos de los espectadores me trajeron de vuelta a la realidad, entonces me reuní con Luciana en el camerino, como solíamos hacer tras una presentación.

—Terminaste tu trabajo a tiempo —dijo dándome un beso sobre los labios—. Pensé que aún te encontrabas en Francia.

—Jamás me pierdo un concierto tuyo aseguré rodeándole la cintura.

—¿Iremos a cenar?

—Antes de venir, he tenido que cambiar nuestras pertenencias a otro sitio —confesé—. Creo que deberías echar un vistazo.

—¿Es en serio? Este año lo hemos hecho por lo menos tres o cuatro veces.

Debido a mi nueva labor como mercenario, era preciso cambiar nuestra ubicación de manera regular para mantenernos a salvo. Pese a ser una actividad menos arriesgada de la que acostumbraba ejercer, nunca estaba de sobra tomar precauciones por más descabelladas que estas parecieran.

—Deberías considerar conseguir un lugar fijo para cuando haya nacido el bebé.

—Así será, amor mío —dije dando un beso sobre su vientre que para esas fechas rebasaba las veintiséis semanas.

Meses después nos encontrábamos recluidos en Verona; el pequeño Emilio descansaba en su cuna mientras Luciana hacía prácticas con el violonchelo. Era un hecho que su música le parecía tan relajante como a mí ya que siempre que la escuchaba caía en profundo sueño.

Lucina entró a la habitación colocando sus manos sobre mis hombros, besé una volteando en dirección a ella, sus grandes ojos se fijaron en mí y supe entonces que jamás dejaría de amarla. Aquel día cuando la encontré en la vecindad no había sido yo su salvador, en realidad ella había llegado para rescatarme de las sombras. Era un hecho que el camino no había sido sencillo, no obstante llegar hasta donde nos encontrábamos había valido cada minuto de espera.

—¿Eres feliz? —quise saber.

—¿Bromeas? Lo mejor de mi vida se encuentra en esta habitación, y tú me preguntas que si soy feliz.

Eso era todo lo que necesitaba saber...

Sobreviviendo a tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora