Desencuentro

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Sentado en el porche del bungalow, disfrutaba sentir el cálido aire que arrancaba las hojas marchitas de los árboles. Muchos otoños habían corrido desde mi desavenencia con Julián Cantú, sin embargo, aun podía recordar los días que había pasado en el calabozo como penitencia por los errores cometidos. La inmadurez y la falta de experiencia del pasado me habían arrastrado hacia una espiral descendente que estuvo a punto de hacerme perder la vida.

Julián Cantú tomó la decisión de darme un escarmiento ejemplar y así sentar un precedente para los demás miembros de la organización. Jamás pensé que pudiera existir algo tan aterrador como la condena que tuve que cumplir en el sitio que tantas veces ocupé para dar castigo a nuestros enemigos.

Estar en el calabozo no había sido nada sencillo, treinta días bastaron para doblegar mi fortaleza. Al ser trasladado hasta ahí desconocía si viviría o moriría. Me encontraba en medio de un infierno soportando una terrible zozobra emocional; había perdido la noción del tiempo y no tenía ningún tipo de contacto humano. La ansiedad y desesperación eran los sentimientos más comunes en mi reclusión mientras las alucinaciones se volvían habituales.

En un acto de benevolencia Julián había decidido darme una oportunidad liberándome, según me aseguró, la única que me otorgaría como una excepción por los eficientes servicios que había aportado a la organización, no sin antes dejarme claro que a partir de ese momento seguiría al pie de la letra lo que él predicara sin margen de error.

El tiempo que Luciana estudió en el internado el contacto entre nosotros consistió en un par de llamadas al mes por parte de ella, ya que las mías jamás las contestaba, siempre con el objetivo de solicitar mi intervención en asuntos meramente necesarios. Al cumplir quince años, y siguiendo una de sus tantas exigencias, me vi obligado a enviar una carta a la directora Strauss donde autorizaba su salida los fines de semana para pasarlos en casa de Alina, su mejor amiga. Las vacaciones de verano las disfrutaban en la residencia de descanso de sus padres y cada mes le depositaba una suma de dinero que, según me informaba, utilizaba para ampliar su guardarropa.

La niña que años atrás había dejado en el internado ahora era una jovencita de veintitrés años titulada con un promedio de excelencia, pese a que su reporte de conducta podía haberse comparado con el peor historial del crimen.

Para ese tiempo comenzaba a vivir en un loft en Londres con Alina, por lo que sus necesidades económicas se veían incrementadas de manera importante.

Luciana se dirigía a mí de una manera áspera, siempre desafiante y altanera pese a los esfuerzos que hacía por tratar de mantener una relación armoniosa con ella.

Con el paso de los años, había comenzado a sentir un hueco en mi vida y muchas veces me sorprendía considerando la posibilidad de hacerla volver a México.

Fue en una de sus escasas llamadas cuando le notifiqué mi disposición. Anhelaba volver a verla, tenerla un tiempo junto a mí y poder resarcir de alguna forma el daño causado en el pasado.

Por supuesto se mostró en desacuerdo de manera firme. Entonces comencé a empecinarme con la idea. Desde que contaba con ocho años no la había vuelto a ver y sentía unas tremendas ganas por tener un encuentro con ella, así que haciendo uso de todos mis recursos le hice saber que en caso de que se negara a cumplir con mi petición me vería obligado a dejar de enviarle su mensualidad. Como era de esperarse la noticia no fue bien recibida, sin embargo, no tuvo otra salida más que complacerme, no sin antes asentar sus condiciones.

Me anunció que pasaría una corta temporada conmigo para lo cual era preciso que solicitara a Julián que me permitiera vivir fuera del bungalow el tiempo que se encontrara a mi lado. Para ese entonces Luciana conocía muy bien cuál era mi oficio y de manera lógica no deseaba vivir en la caverna.

Sobreviviendo a tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora