Surge el sicario

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Tras el homicidio de Giraldo la fama de Julián Cantú cruzaba fronteras. El cártel se posicionaba como el más poderoso de todo México. En igual medida los federales y el bloque de búsqueda nos seguían la pista.

La caverna era vigilada día y noche por un equipo de centinelas armados hasta los dientes. A Julián, la seguridad del fortín era lo que más le preocupaba. De manera evidente, al crecer el negocio su vida corría peligro a cada instante. Si algo tenía claro era que en caso de que la situación se descontrolara, no lo agarrarían con vida.

Al cumplir diez y seis años mis responsabilidades también se incrementaron. Mi labor consistía en colaborar con Darío en el control de la mercancía que ingresaba.

Con gente entrando todo el tiempo en la caverna podía resultarles sencillo limpiar unos cuantos kilos de droga. Si algo no podía ser tolerado era que los miembros de la organización consumieran el producto.

Cierto día, me encontraba en la oficina del comandante por orden suya. Había tomado una decisión y necesitaba comunicármela.

-A partir de hoy vendrás a vivir a la caverna -dijo ante la mirada atenta de Armani que limpiaba su revólver al otro lado de la oficina.

Darío, que como siempre se encontraba a la diestra de Cantú, se mostró complacido con la noticia.

-Debes estar agradecido. De manera oficial empezarás a formar parte del grupo de confianza del comandante.

Por supuesto que me sentía complacido y así se lo hice saber. Ese progreso significaba muchas cosas en mi vida. Por una parte, comenzaría a participar de manera más activa en la organización y, por otro lado, al fin tendría la oportunidad de salir de la miseria física en la que me encontraba pudiendo así otorgar a Mariela una mejor calidad de vida.

-Por la tarde podrás ir por tu hermana para hacer el traslado. Ahora ve con Darío, ha llegado un cargamento de armas y necesito que lo ingresen. Él te dirá qué hacer.

Comenzamos a trabajar en el patio de maniobras descargando el armamento que valía un infierno. Era preciso equipar al ejército de manera aparatosa para que lograran defender el fortín en caso de un inesperado ataque.

Con la experiencia que los años le brindaban, Julián había aprendido a que de ningún modo debía hacer uso de los teléfonos celulares, de hecho, nunca efectuaba una llamada. Cuando era preciso ultimar detalles por ese medio se valía de cualquiera de sus lugartenientes quienes transmitían su mensaje. De ese modo nunca existiría una prueba verbal en su contra en caso de que los teléfonos fueran intervenidos, para lo cual, usaba aparatos desechables que eran eliminados casi de inmediato.

Cuando la bodega quedó retacada con las armas, Darío acompañado de su escolta me condujo hasta la vecindad según lo indicado.

En el camino comencé a reconsiderar la conveniencia de tener a Mariela en la caverna. Después de todo, ya no me parecía que fuera la mejor decisión que se pudo haber tomado.

Temía que estuviera expuesta en todo momento al peligro. Era cierto que sus muros resultaban impenetrables, pero no era el exterior lo que me preocupaba. Ese sitio estaba repleto de los peores asesinos, cada uno de ellos dotado con habilidades que los convertían en armas humanas mortíferas.

Al llegar a la esquina observamos un nutrido convoy de patrullas apostadas frente a la puerta de la vecindad. No imaginaba qué podía estar sucediendo y me era preciso descubrirlo.

Hice un intento por bajar del coche, pero Darío me lo impidió.

-No puedes llegar hasta ahí, quizá esos policías han venido por ti.

Sobreviviendo a tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora