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El príncipe permaneció entre los invitados lo suficiente para que muchos lo notaran y no lo reclamaran después

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El príncipe permaneció entre los invitados lo suficiente para que muchos lo notaran y no lo reclamaran después. De esa forma atendió respetuosamente la invitación al evento.

No interfirió más con la princesa, la que se notaba sonrosada por el nivel de alcohol, pero si se acercaba temía recibir algún tipo de insulto. En cambio, con una ligera cabezadita a un costado, señalando la salida, le indicó a Colin, quien bailaba alegre con su novia, que lo esperaba en el establo para la siguiente fase del plan.

Este sintió pesar por tener que alejarse de Olivia, pero dejó la promesa de que regresaría pronto.

Corrió al auto, sacó el bolso deportivo y se escabulló hasta el hogar de lady Camelia, ante la cual frenó en seco.

―Aquí están sus cosas, mi señor.

―Gracias, Colin. Me cambiaré rápido —comentó desanimado, con los hombros desgarbados.

Su fiel cómplice leyó el semblante y supo de inmediato que algo no andaba bien. Se aproximó guardando distancia de la yegua que lo intimidaba.

―¿Qué sucedió?

El joven príncipe alargó un suspiró. Necesitaba desahogarse, así que tomó asiento sobre un bloque de heno.

―Siempre me porté bien con mis exnovias. Nunca las maltraté ni les hablé feo. Las quería mucho. En cada separación solía conversar con ellas, no pelear. Solo quería dejar las cosas en calma para que cada uno continuara con su vida. Así evitaba conflictos personales y con la prensa.

―Claro, y de todas formas le crearon una imagen incorrecta a partir de sus mentiras.

―Es injusto. La princesa ni siquiera quiere escucharme. Ahora reafirmo mi decisión de hacerme pasar como jardinero, de lo contrario, este matrimonio será un rotundo fracaso. Y las leyes están dispuestas. Somos los únicos herederos de cada región y estamos obligados a proteger la continuidad. Yo solo... —Respiró ofuscado—. Tal vez sea por la juventud de Jazmín, apenas está entendiendo la inmensa responsabilidad que tenemos.

Colin guardó silencio. Si la vida de la princesa se desarrollaba con tanta soledad como la del príncipe, entonces necesitaba el abrazo de alguien.

―Apóyela entonces, mi señor —aconsejó—. Bríndele consuelo y algo de esperanza. Después de todo, lo que ambos sienten es real.

Joseph asimiló las palabras y asintió ligeramente con la cabeza. Enseguida se apresuró en cambiarse de atuendo.

Se despeinó, se colocó un pantalón jean negro y una camisa de lino azul marino. Se colocó una capa de gamuza roja y la máscara dorada la cambió por una blanca más sencilla.

Del bolsillo sacó un papelito que llevó en la mano hasta reingresar al palacio. Colin se encargó de guardar el bolso de nuevo en el auto.

La fiesta estaba animada. Logró escabullirse por uno de los balcones y fingió tropezar ligeramente con la princesa, logrando pasarle la nota en una mano.

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