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Jazmín respiró una vez más, con el labio inferior temblando y cambiando de postura sin cesar

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Jazmín respiró una vez más, con el labio inferior temblando y cambiando de postura sin cesar.

Rogó tanto por esta salida, pero fue diferente; le prometió a Olivia que sería la última vez que se escapaba, solo debía resolver algo y se acabaría todo.

Dejó una notita para Benedict citándolo en domingo por la tarde en el parque recreativo a las afueras de la región. Contaba con inmensos espacios verdes y árboles. Había zona con juegos infantiles, una plazoleta de comidas y canchas deportivas.

Le pidió que la encontrara sobre la montaña de césped, junto al conocido «Gran árbol milenario».

Poco conocía el lugar. Contadas dos veces lo visitó. Como también desconocía el camino por autobús debió preguntar con frecuencia a varias personas durante el trayecto hasta llegar.

Sentada junto al imponente árbol, bajo su sombra, pasaba desapercibida como cualquier otra joven que disfrutaba del gigantesco parque.

Usó vaqueros azules oscuros, un buzo de lana mostaza y calzó deportivos. Recogió su cabello en una coleta en la nuca y se sacó la boina. La puso a descansar junto a la pequeña cartera a un costado.

Anheló por una vez hablar con el jardinero sin fingir más, sin disminuir su personalidad por intentar ocultar su linaje.

Llegó media hora antes, preocupada por llegar tarde al no tener certeza del camino.

Fue mejor así.

Le dio tiempo a sentirse segura. La brisa ligera y fresca se lo contaba: que todo estaría bien.

Cuando lo vio acercarse sonrió ampliamente. Ya no quería ocultar más lo que sentía.

No podía.

Lo encontró varonil y guapo como siempre. Llevaba pantalón negro, una camisa verde olivo remangada y mocasines. De una mano colgaba una fundita de papel con el logotipo de una empresa de donas.

Este aceleró el paso para alcanzarla.

Jazmín instintivamente se levantó y lo recibió con un fuerte abrazo. Era la primera vez que ella lo rodeaba con ahínco. Percibió el olor que le gustaba, se refugió en el cuello que conocía, sintió el retumbe intenso del pecho chocando con el suyo.

―Estás más bonita que siempre —comentó contento.

―Tú también —replicó bajando un poco la mirada, sonriendo con holgura.

―Disculpa si llegué un poco tarde. No suelo llegar después de ti.

―No pasa nada. Yo me adelanté.

Tomaron asiento y enseguida él se apresuró en añadir:

―Supuse que sería buena idea comer algo. Traje de crema de avellanas, manjar, piña y coco. No sabía cuál te gustaría. También un par de bebidas frías: fresa y otra de vainilla. No sabía tampoco cuál te gustaría.

No aceptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora