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Todo pasó tan de prisa que hubiera querido regresar al palacio de Charlesburg bajo circunstancias, a todas luces, menos tormentosas

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Todo pasó tan de prisa que hubiera querido regresar al palacio de Charlesburg bajo circunstancias, a todas luces, menos tormentosas. Al cabo, el príncipe Joseph logró marcharse en un auto preparado por Colin, su caballero de honor y cómplice de aventuras, quien llevaba el mando al volante, mientras incómodo, el heredero se cambiaba de ropa dejando atrás las vestimentas casuales de vaqueros y camiseta de algodón negra para vestir pantalón de tela, camisa de lino celeste y el blazer azul que atesoraba en su corazón.

Lo observó por un instante y sintió el abrazo de su abuelo, volvió a ser adolescente, olvidando los veintinueve años que cursaba; casi escuchó su risa pesada entre ojitos achinados y marcas de los años.

Soltó un suspiro que escondió un ruego: «Te lo pido, abuelo, sé que estás conmigo, acompáñame a enfrentar el problema que se avecina. Necesito tu calidez, tu comprensión, tu cariño. Ayúdame para que Jazmín me acepte... y me disculpe», dijo bajito, apenas moviendo los labios.

Y es que lo que escondía esta elegante tela azul, que un día llegó a sus manos como regalo, fue el cariño profundo que solo puede recibir un nieto de su antecesor.

Se acomodó la prenda sobre los hombros y pasó las dos manos por la cabeza, peinando al descuido sus mechas largas, onduladas y chocolates.

El ceño lo llevó fruncido durante las casi cuatro horas de viaje por carretera desde Marlenia.

Le helaba la idea de que la princesa Jazmín hubiera llegado antes que él, le quemaban las ansias por hablar, por llegar rápido, por explicarle. Aunque cursaban el año dos mil y la tecnología empezaba a tener cabida entre las personas, presentándoles un nuevo camino de comunicación, todavía era lejana la posibilidad de establecer un vínculo más inmediato que un correo electrónico.

Incluso, a pesar de la poca ropa de los artistas en los videos musicales, el mundo en el que la monarquía se desarrollaba todavía se sentía apegado a lo clásico.

He allí la urgencia por buscar apoyo en el cielo, en el blazer de la persona que, esperaba, lo apoyara en su travesura de haberse hecho pasar como jardinero de Marlenia, porque ahora tendría que justificarse con todo el honor como príncipe de Charlesburg ante su prometida forzada.

¡Cuánto había cambiado su vida!

Recordó la frase que yacía debajo de la solapa, a la altura del pecho, bordada en hilo blanco: «Que nunca te agobie la soledad de la Corona, esta es honor y bendición. Es un legado de amor».

Para un jovencito era una frase complicada, pero para el hombre era una profunda reflexión.

Comprendió que su abuelo había abdicado a favor de su madre cuando sintió que el final de la vida se acercaba. A veces, el cáncer no da tiempo a nada, era la factura que pasaba tras haber abusado del cigarrillo por muchos años.

Lo que consoló al joven príncipe fue haber disfrutado de la complicidad, risas y cariño de su abuelo monarca por muchos años.

Un poco más alejado de esta sensibilidad se encontraba su padre, del que pocas veces escuchó un halago, pero ahora entendía que esa exigencia fue su forma de demostrar cariño.

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