Capítulo 1

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La lluvia se escurre por el ventanal, veo como las gotas de agua juegan una carrera efímera para ver quien llega de primera al borde de está.

Tomo un sorbo de mi humeante café de máquina, no es tan bueno como el casero pero sirve para mantenerse de pie a tan largas jornadas de trabajo.

Suelto un suspiro lastimero y se humedece el vidrio del ventanal ¿Cuándo parará de llover?

Es este pueblo nunca se sabe, lo único certero es que lloverá en la noche, en la mañana y el miércoles próximo. Todo es lluvia.

― ¿Aburrida? ― dice una voz detrás de mí.

Me volteo viendo a mi compañero Alec sonriendo, está en el umbral de la puerta con una pose relajada y los brazos cruzados en el pecho.

Lo negro de sus ojos chocan con los grises míos notando que lleva su uniforme de pila viéndose...

― ¿Dónde estabas? ― inquiero girándome para que no vea el rubor de mis mejillas.

― Digamos que estaba de patrullaje.

Frunzo el ceño.

― Pero eres criminalista.

― Policía, criminalista, vigía ¿Pero a quien le importa? ― se encoje de hombros.

― Hiciste enojar a Larry ¿Cierto?

Asiente y suelto una carcajada.

― Oh, qué bien que mi desgracia te divierta.

― ¿Pero qué le hiciste? ― no puedo evitar reírme.

― Le entregue el café equivocado.

Suelto a reír de nuevo y me mira algo enojado.

― Lo siento, lo siento ― trato de controlar mi respiración ― solo que... es divertido.

Él no dice nada y camina unos pasos hacia donde estoy, cerca, demasiado cerca. Doy un paso atrás para que no piense que su mirada si me intimida, porque no soy chica de bajar la cabeza.

― ¿Te puedo ayudar en algo? ― susurro.

― Solo quiero algo de café ― dice inocente.

La maquina está detrás de mí, podría hacerme a un lado y dejar que se sirva o simplemente tomar algo de valor y permanecer en mi lugar.

Su mano se desliza lentamente por detrás de mí tocando distraídamente mi cintura sin apartar la mirada, el ruido que hace para tomar un vaso de plástico y el chorro a mis oídos es distante.

Estoy tan cerca de él que si doy un paso hacia delante nuestras narices pueden chocar, si tan solo...

― ¡Hey, ustedes dos! ― Grita Sofía desde la puerta ― Larry los quiere en su oficina a los dos.

Doy un brinquito por el susto y Alec se aleja de mí, asiento anonada y miro a mi compañero que me cede el paso para ir a la oficina de nuestro jefe.

Cuando llegamos el pobre hombre está dando vueltas detrás de su escritorio llamando de aquí para allá, porta un traje formal de color negro, a pesar de tener 57 años se conserva muy bien.

― ¡No me importa que tengas que hacer! ―le grita al teléfono ― ¡Mueve tu perezoso trasero hasta mi jefatura ya!

Cuelga y tira el teléfono sobre su escritorio de madera, me enderezo cuando nos penetra con sus ojos azules.

― Lo quiero a ambos en el museo.

― ¿Qué hay allá? ― pregunta Alec.

― No sé, quise ser buen jefe y dármela de cupido. Así que organicé una linda cita en el museo para ti y la oficial Hall. ― dice en tono burlesco. ― ¡¿Qué más va ver allá?! Tienen trabajo.

La Dalia NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora