Capítulo 21

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Alec:

Mis ojos se abren por el sonido de la alarma en mi teléfono. La apago y vuelvo a ver la cama, está completamente vacía y me quema que no esté aquí conmigo.

Ella es mi todo.

Y su ausencia en estos últimos días me está matando. 

Me levanto a duras penas hasta el baño para darme una ducha, dejo que el agua caiga sobre mi cabeza pensando en todo lo que ha pasado. No duro mucho, envuelvo una toalla en mi cadera y salgo a la habitación.

Todo está en perfecto orden, a exclusividad de la cama. Amelia nunca dejaba nada fuera de lugar ¿Y qué hago yo aquí? Estando es su casa, durmiendo en su cama, bañándome con su jabón para sentirla cerca; bueno, o eso es lo que me he estado diciendo durante dos semanas.

Me coloco unos jeans, una camisa gris y mi gabardina negra, me coloco los zapatos y dejo que mi cabello negro tome forma como quiera.

Siempre visto de negro pero hoy, hoy hay una ocasión especial. 

Hoy habrá un velorio.

Salgo de la habitación, desayuno algo congelado del refrigerador que meto al microondas. Así ha sido mi vida a partir de ahora donde me falta ella.

Termino de comer, tomo las llaves de mi auto y salgo del penthouse. Una vez abajo el botones de turno me saluda con un asentimiento con la cabeza que yo le respondo con la misma acción.

Llego al estacionamiento y subo a mi auto.

Tengo muchas cosas que hacer y lo primero que haré es buscar todas mis cosas al departamento de policía, porque no lo soporté más y renuncié.

No puedo trabajar en un lugar donde todo me recuerda a ella.

No me toma menos de diez minutos llegar al departamento de policía del condado de Prípiat. Cuando entro, subo en el elevador y entro al laboratorio soy objeto reluciente de mirar.

En los últimos días se habló que besé a Amelia, todos vieron mi acción y no miento al decir que si pasó.

No me importa que me miren o hablen de mí, mientras que en ninguna de esas voces silenciosa la nombren, mi mente podrá sobrellevar su ausencia.

― Alec ― el teniente Larry me recibe cuando entro a su oficina ― ¿Cómo te sientes?

― He estado mejor. ― me limito a decir.

Él asiente y me mira con culpa, todos me miran así, como si en cualquier momento me quebraré y explotaré.

― ¿Estás seguro de esto, Rouset? Puedes cambiar de opinión.

― Si señor. La decisión está tomada.

El teniente Larry aprieta los labios por un momento, luego se agacha y sube a su mesa dos cajas de cartón.

― Tus cosas muchacho.

Me acerco abriendo la primera caja, y si, en efecto son mis cosas. Pero mi atención se la lleva la segunda donde miro al teniente Larry con las cejas fruncidas.

Él abre la caja y me mira con los ojos cristalizados.

― Y las cosas de ella.

Un sentimiento de nostalgia me embarga cuando veo su placa con su nombre grabado en ella, sus reconocimientos, sus medallas y su pistola enmarcada.

Dios, ella era tan maravillosa en todos los aspectos. 

― Gracias teniente.

― Quiero que sepas, que si necesitas ayuda siempre voy a estar aquí ― sale detrás de su escritorio y me enderezo frente a él ― tú como ella fueron mis mejores criminalistas. No me pidas que los olvide así de fácil, como archivar un caso y ya.

La Dalia NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora