Capítulo 11

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Doy vueltas y más vueltas en la cama mientras intento dormirme, pero no lo consigo. Mi mirada se dirige constantemente a las puñeteras cartas. Miro el reloj, las tres de la mañana. Suspiro. Como sé que no me voy a dormir, harta de dar vueltas, acabo levantándome y acercándome a la mesa donde dejé las cartas hace más de dos horas.

Las toco con la punta del dedo rápidamente por miedo a que me vuelvan a asaltar las visiones, pero no pasa nada. Vuelvo a tocarlas pero esta vez dejo el dedo más tiempo, nada. Al final pongo la palma de la mano entera sobre ellas y como veo que no sucede nada, es decir, que mi mente no se vuelve loca y mis ojos siguen viendo mi habitación, deshago el nudo que forman las cuerdas y cojo la primera carta de todas, la saco del sobre y empiezo a leerla:

Edimburgo junio de 1919

-¡Elise corre que ya empieza!. -Me gritó Sofía, una de mis mejores amigas.

Me recogí un poco la falda del vestido que llevaba para poder correr y no pisármelo, cogí la mano de Sofía y corrimos las dos hacia la hoguera que habían encendido en uno de los claros del bosque mientras reíamos a carcajadas. Mi trenza ondeaba en el viento y mi vestido blanco revoloteaba al compás de mis pasos que cada vez eran más rápidos. Al llegar a la hoguera ralentizamos el paso y antes de que viésemos las llamas, no acicalamos la ropa y el pelo, sé que a mi madre no le gustaría verme en este estado y de mi padre ya ni hablemos.

Era el solsticio de verano, el día más largo del año, y esto lo aprovechábamos los Wicca para rememorar a nuestros ancestros y darles las gracias por los poderes que nos habían sido otorgados, y pedirles, que nunca nos faltasen.

Vi a mi madre al otro lado de la hoguera, ella era una de las brujas más poderosas de nuestro aquelarre, su familia siempre lo había sido desde tiempos inmemorables porque el poder se transmita de generación en generación, al igual que mi padre, y por ende éramos una de las familias privilegiadas. Las otras dos familias, también importantes, son los McColl y los McDoughall, que junto a la nuestra, eran las que controlaban y decidían sobre el aquelarre, y por mucho que me pesara, sería lo que me tocaría a mí y para lo que me llevaban preparando toda la vida. Así que aquí estábamos, los tres hijos mayores de cada una de las familias, dos chicas y un chico, esperando para hacer el ritual que les tocaría a nuestros padres, pero que este año, al haber cumplido ya la mayoría de edad, nos tocaba a nosotros. Se suponía que a partir de entonces era cuando ellos compartían toda su sabiduría y nos preparaban para cuando ya no estuviesen.

-¿Nerviosa?. -Me preguntó Colin, uno de los hijos.

-Un poco, yo no debería de estar aquí.

-Tranquila seguro que nos saldrá bien. -Sonrió.

Le devolví la sonrisa sin sentirla mucho, en ese momento vi como mi madre hizo una señal y supe que el ritual iba a empezar. Fui hasta donde estaba ella y me puse delante de ella, igual hicieron Colin, la otra chica y sus madres. Las tres parejas nos colocamos formando un triángulo alrededor de la hoguera y sentí las manos de mi madre en mis hombros.

-Os damos la bienvenida un año más al solsticio de verano. -Comenzó a decir mi madre. -Como cada año, ofrecemos estas ofrendas a nuestros ancestros para agradecerles su guía, consejo, saber y poder, y así tener nuevamente un año lleno de paz y harmonía.

En ese momento todas las personas empezaron acercarse una a una a la hoguera a tirar sus ofrendas, para así, quemarlas, purificarlas y que llegasen hasta nuestros ancestros.

-Este año, como es tradición, harán el ritual nuestros hijos para conmemorar su paso de la niñez a la madurez, y así poder realizar el aprendizaje que les tienen preparados nuestros antepasados.

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