Capítulo 2

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Román volvió a su rutina de ir a trabajar en su automóvil, pero siguió pensando a Selene. Después de dos semanas de pretender que estaba en perfecto control de sí mismo, pasó por el lugar donde se había emplazado la feria itinerante, pero ni las luces de ella. Lo afectó pensar que quizá no la vería más.

Una tarde, cuando volvía, vio la feria y no lo pensó dos veces. Estacionó cerca y se fue a ver a Selene. Se dijo que estaba bien porque siempre era bueno ver a viejas amigas. En el fondo, le hacía a ella un favor, honrarla con su presencia.

Selene estaba acomodando sus plantas, de espaldas a las personas, cuando él llegó.

—Sele...

La joven dio un saltito y se volvió con rapidez, primero con expresión de sorpresa y luego, de alegría.

—Hola, Román ¿cómo estás?

Él se sintió bienvenido. Sonrió, aunque, fuera de ver a Selene, no tenía motivos.

—Bien, ¿y tú?

—Aquí, atendiendo. ¿Qué tal los tribunales de nuestro país?

Román se rio y Selene atendió a unos cuántos clientes. Pronto retomaron su conversación y él le contó un poco de lo que hacía.

—Vaya... asesoría laboral. O sea que, si yo me despido a mí misma y decido irme a juicio para exigir mis cotizaciones impagas, ¿podrías ayudarme?

Román hizo memoria para saber si alguien alguna vez... sacudió ligeramente la cabeza al darse cuenta de que Selene le hacía una broma. Decidió entrar al juego.

—Podemos dejar a tu jefa en la calle, sacarle hasta el último peso.

—Eso me gusta, un abogado despiadado —señaló ella, colgando una hadita amarilla para reponer la que se había vendido.

Un cliente se acercó a mirar las plantas, atraído por algunas macetas pintadas a mano.

—Disculpa —dijo a Selene—, ¿de dónde sacas estas macetas?

—Cuando estoy de ánimos pinto algunas.

El hombre, de cabellos claros, consultó el precio de las pintadas y las pequeñas macetas al natural. Quedó conforme y preguntó sobre la hora de cierre de la feria y después, sobre los cuidados de las plantas. Con paciencia, Selene le explicó lo que quería saber y él prometió regresar más tarde por unas cuantas.

Román miró al cliente con disimulo.

«De seguro quiere ligar con ella. No sería raro, con esas sonrisas que ella le da».

Recordó que, en el preuniversitario, Selene era conversadora y risueña. Una chica coqueta, según se mirara.

Pero gracias a esa cualidad, había conversado más con ella en la última media hora que con cualquiera que no fuera cliente suyo.

—Cuando te vas de aquí, ¿cómo te llevas todo esto? —preguntó a Selene cuando el cliente ligón se retiró.

—Pues, guardo mis plantas en esas cajas de ahí, las haditas en esta de acá y todo eso lo subo al triciclo. Luego me voy a mi casa.

—¿Qué? ¿Andas en un triciclo?

—¡Por supuesto! Es mucho más ecológico que un auto que echa smog y contamina por donde pasa —respondió ella, sacando un termo con agua caliente para verter en una taza—. Hace frío. ¿Quieres un té?

—No, estoy bien así. Oye, ¿en serio te vas en triciclo? ¿Dónde vives?

Selene, que estaba sorbiendo su taza, hizo un gesto con una mano, como indicando hacia un lugar muy lejano. Eso exasperó a Román.

¿Me dejas darte un beso?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora